Vacaciones capítulo VIII: Cracovia y el de la trompeta

Aterrizamos en Cracovia a la hora prevista y con un sol de campeonato. Polonia era un poco come me la imaginaba, uséase, muy parecida a Alemania (mal que les pese a los polacos, pobres). Pero muuucho menos rica. entiéndase, las mismas casitas unifamiliares, los mismos jardincillos, pero en los que se notan menos mejoras, y en general, menos inversión. Sin embargo, el mismo airecillo de limpieza y eficiencia. El novísimo aeropuerto de Cracovia, está, claro, dedicado a Juan Pablo II, desde el cual se puede coger un autobús a la estación de tren que lleva al centro de la ciudad. El autobús tarda exactamente, veinte segundos en llegar a la estación (si, segundos, no me he confundido)... un viaje divertido y curioso... Después hasta Cracovia, que es como si la hubieran sacado de un cuento, con su extensísimo centro histórico de 800x1200 m. Vimos un caballo con pintas, bueno, dos; un tío que salía a la torre a tocar la trompeta cuatro veces cada hora en punto (una melodía armoniosa que se interrumpe violentamente porque recuerda a una invasión (de las muchas que ha sufrido Polonia) en la que el centinela en cuestión se llevó un flechazo en el pecho a media melodía de alarma); nos reunimos con la becaria de Varsovia, que nos guió por la ciudad y nos ayudó a comer comida polaca (que nos encantó). Nos cayó una tormenta que depsués nos dejó un cielo alucinante y vimos la cueva de un dragón!! Pero de un dragón de verdad, de los que echan fuego por la boca... y que tenía una inmensa cueva. Lástima que ya no esté... la leyenda es bastante curiosa.
Érase un dragón que se era, que vivía debajo del castillo Wawel. Nadie sabe si había llegado antes el castillo o el dragón, pero personalmente, opino que es bastante estúpido hacer un castillo encima de la gruta de un dragón... El caso es que, obviamente, de esa relación vecinal, sólo cabe esperar problemas, porque los dragones tienen muchas manías, como comer doncellas y tirar los huesos por ahí. Así que el príncipe, hartito ya del bicho, decidió poner en marcha un plan. Entre unos cuantos que pasaban por allí, cogieron una pobre oveja (de lo que sigue, se deducirá que a la oveja no le preguntó nadie), la pringaron de pies a cabeza de azufre y la prendieron fuego. Se la tiraron al dragón, que se la comió de un golpe, el muy burro (bueno, el muy animal, porque era un dragón, no un burro. Y de todas formas, esta parte de la historia nos enseña a no comer las cosas sin masticar) y claro, le sentó un poco mal. Yo diría que le dió ardor de estómago... El caso es que el dragón se acercó al río, que casualmente pasaba por delante de la cueva y por debajo del castillo, y se infló a beber agua... y por alguna misteriosa razón química que aún no ha sido bien determinada, estalló, ofreciendo (palabras de la guía) a los habitantes de Cracovia un espectáculo pirotécnico sin par. Allí en el sitio no hay ningún resto del suceso, ¡pero debió ser fabuloso!
La cosa más graciosa de Cracovia es que cuando pases por la Plaza del Mercado, es posible que coincidas con el pobre hombre de la trompetilla. No sé las fotos que tenemos nosotras... ¡y los vídeos!
También vimos unas minas de sal, a doscientos metros bajo tierra, llenas de habitaciones enteras hechas de sal, con lámparas, esculturas, cuadros, de todo... y montones de iglesias, de lagos subterráneos... el único problema es que las vimos con la guía en polaco, con lo cual tuvimos que conformarnos con imaginarnos lo que el guía quería decir... no podíamos despistarnos de un grupo en un sitio con más de trescientos kilómetros de túneles subterráneos...
Y lo que más me ha gustado de Cracovia es ir ahora, antes de que se convierta en un lugar demasiado turístico, aunque uno de los restaurantes que venían en la guía ya ha sido sustituido por un Sephora.
De un lado me encantan las low costs, del otro... no tanto.

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