La Serenísima
que, sin embargo, me ha sorprendido por su practicidad. Cómo resolver los problemas de vivir en una laguna y no morir en el intento... y el color tan especial de su agua (que ni huele mal, ni está especialmente sucia, para los malpensantes). Y el carácter particular que, por fuerza, tiene la gente que vive en una isla llena de canales. La ciudad más laberíntica que he visto, en la que nunca sabes si una calle (que se llaman así, calle) te va a llevar a un puente, a otra calle, o a un canal... donde la gente,en vez de tener un coche, tiene una lancha.
Más real de lo que esperaba, menos espectacular, resulta como una botellita de concentrado de ese aire de decadencia tan particular que tiene Italia... una bella negligencia, una armonía casual que ni las bandadas de turistas ni las de palomas logran romper. Venezia al amanecer es como un cuadro, como si no hubieras abierto todavía los ojos, y la estuvieras imaginando, aún más delicada y perfecta de lo que habías visto a plena luz... es como un sueño... como el palacio que el héroe de los cuentos tiene en la cabeza... San Marcos, con los ojos aún cerrados bajo la primera luz del sol, al otro lado del canal, es una visión que no querría olvidar nunca.
Una ciudad donde se vive y se sueña, además de bregar con los turistas. Donde la armonía de la mañana se ve rota solo por el ruido del vaporetto que se acerca... vamos, a empezar otra ruta turística. Ponte el sombrero de gondoliere con las cintas, y a cantar.
De momento, y a estas horas de la noche, solo puedo decir que, no sé dónde estaré el año que viene, pero volveré a ver el Carnaval, porque hay algo más allá debajo del aparato turístico, un corazón que late y prefiere morir a no ser elegante. Y qué mejor que ver la sublimación del cinismo en la representación de la belleza?
Impresiones a parte, sospecho que la ciudad que, por razones puramente casuales ha frustrado mi intención de entrar en la vida de George, pero a cambio a hecho reentrar en mi vida a Magritte, guardará siempre un lugar muy especial entre mis recuerdos.
Más real de lo que esperaba, menos espectacular, resulta como una botellita de concentrado de ese aire de decadencia tan particular que tiene Italia... una bella negligencia, una armonía casual que ni las bandadas de turistas ni las de palomas logran romper. Venezia al amanecer es como un cuadro, como si no hubieras abierto todavía los ojos, y la estuvieras imaginando, aún más delicada y perfecta de lo que habías visto a plena luz... es como un sueño... como el palacio que el héroe de los cuentos tiene en la cabeza... San Marcos, con los ojos aún cerrados bajo la primera luz del sol, al otro lado del canal, es una visión que no querría olvidar nunca.
Una ciudad donde se vive y se sueña, además de bregar con los turistas. Donde la armonía de la mañana se ve rota solo por el ruido del vaporetto que se acerca... vamos, a empezar otra ruta turística. Ponte el sombrero de gondoliere con las cintas, y a cantar.
De momento, y a estas horas de la noche, solo puedo decir que, no sé dónde estaré el año que viene, pero volveré a ver el Carnaval, porque hay algo más allá debajo del aparato turístico, un corazón que late y prefiere morir a no ser elegante. Y qué mejor que ver la sublimación del cinismo en la representación de la belleza?
Impresiones a parte, sospecho que la ciudad que, por razones puramente casuales ha frustrado mi intención de entrar en la vida de George, pero a cambio a hecho reentrar en mi vida a Magritte, guardará siempre un lugar muy especial entre mis recuerdos.
Comentarios