Salvada


Hay algunos viajes que se pueden resumir con sensaciones, otros, que se resumen con imágenes, y otros, que se definen con palabras. Así que aquí estoy, sentada frente al Pacífico (que siempre añade un toque idílico, aunque hoy la mar esté muy salada y más que una playa pardisíaca lo que hay delante de mi parece una extensión de arena negra golpeada ferozmente por las olas), intentando encontrar las palabras exactas que describan todas esas otras palabras de las que se ha compuesto el viaje. O debería decir se está componiendo, porque aún no ha terminado, aún tiene espacio para otro par de historias surrealistas, como la del alacrán que nos encontramos en el suelo de la cabaña (y ésta sí era de película de terror, me río yo del hotel de París). Pero no pasa nada, dice el catalán emigrante dueño del lugar; los alacranes de aquí no son tan malos como los del Mediterráneo, a mi me han picado un par de veces y nada más que duele mucho... Afortunadamente, su buen sentido comercial le hizo ahorrarse ese comentario en la escena del crimen, a las tres de la mañana, delante de cuatro turistas histéricos.
El mar está todo lleno de espuma, y su ruido me parece particularmente inquietante esta mañana. Hace pensar en tormentas perfectas, luchas imposibles de ganar y hermosos ahogados. Hace pensar en historias de amor y aventuras perdidas en galeones hundidos y en la terrible espera sin noticias. O en la espera de las noticias que no queremos recibir, pero que llegan igualmente.
Eso es lo que significa sentirse juzgado por un standard al que llega un momento que no se tienen ganas de ajustarse. Cuando se renuncia a ajustarse a unas expectativas que no son mi mejores ni peores, sino cuadradas, en las que no puede encajar una vida que quiere ser redonda. Cuando uno por fin deja de sentirse raro entre los demás y simplemente se siente uno mismo. En el fondo, se tiene el mismo miedo que en todas las demás opciones, imagino, porque todas las opciones son pavorosas; es inmenso, el miedo a equivocarse y darse cuenta del tremendo error cinco minutos antes de pasar a una eternidad de nada.
Pero con tantas variables en juego, y siendo la persona tan limitada como es, lo único que puede hacer es decidir siguiendo sus propios medios: el instinto, la razón o el impulso. Eso sí, como el juego es tremendamente injusto, después le toca asumir las consecuencias.
Sé que en algún lugar me espera una casita con vistas, en la que poderme sentar tranquilamente a mirar por la ventana, a barajar recuerdos y ponerlos en negro sobre blanco, cuando años después de sucedidos los eventos, las palabras vengan a mí, siempre mucho más lentas que las acciones. El ínterin, es lo de todos los días.

Después de este fin de semana de palabras, unas más reveladoras que otras, unas más afiladas que otras, unas más cargadas de significado que otras, no ha cambiado nada, pero todo me parece diferente.


P.S. A los lectores empedernidos: mirad más abajo, que he alterado el orden de las entradas, que el miércoles pasado no podía del sueño. Y la crónica del viaje al torneo, proóximamente, carga de trabajo mediante.

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