De cosas malas, buenas, raras y a destiempo


Las cosas siempre pasan a destiempo.
Por lo menos a mi, que tengo ese gen que hace que las cosas me caigan como del cielo, las cosas siempre me pasan a destiempo.
Soy una persona esencialmente afortunada, siempre lo digo. Siempre me pasa, de lo que me podía haber pasado, lo menos malo. O lo bueno. Las cosas malas acaban teniendo buenos resultados, al menos en muchos casos.
Pero también es verdad que para llegar a lo bueno, suceden muchas cosas raras. No malas, raras.
Por ejemplo, que en medio de una conversación con el mismo potencial de buena que de profundamente dolorosa, sale de la nada un borracho insoportable y le vierte conscientemente una copa encima a mi interlocutor. Y claro, la conversación, de potencial pasa a inexistente.
Digamos que la conversación iba a ser probablemente dolorosa, me pasó una cosa rara y la cosa ha quedado como una anécdota, que es lo menos malo de todo lo que podía haber pasado.
Algunos me acusarán deconstruir silogismos para refugiarme en ellos, ya lo hago yo antes que lo hagan ellos: me da lo mismo.
Digamos que escribo una carta maravillosa (creo, porque duerme el sueño de los justos y los injustos) y alguien me dice que ha sido capaz de tirarla. ¿Es lo menos malo que podía haber pasado? Incluso es bueno, porque me da la capacidad e enfadarme en grado sumo y juntar fuerzas para reaccionar.
Digamos que la cosa rara es que nadie que guarda las facturas del teléfono tira cartas escritas a mano, menos en este siglo, menos pudiendo valer potencialmente millones cuando yo sea famosa. Lo peor que podía haber pasado es que en el futuro me hagan chantaje con ella.
(Digamos que después de dichos incidentes, por cierto, probablemente le debo muchas disculpas a alguien. Si se las merece o si las va a recibir, es otra cosa totalmente distinta, y como ya dije en este foro, estoy eliminando muchas cosas).

Pero a las cosas raras, uno se acostumbra: uno aprende a poner cara de póker y aguantar sonrisas lobunas, igual que aprende a soportar lluvias de verano cuando lleva sus sandalias de esparto preferidas. Sobre todo, uno se acostumbra si, a pesar suyo, tiene ese toque Bridget Jones que no se puede quitar de encima.
A lo que yo no me acostumbro es a las cosas a destiempo. Y cuando digo a destiempo, digo totalmente incompatibles en tiempo (y a veces también en el espacio). Tal vez la culpa es mía, porque me muevo mucho, pero eso no puedo evitarlo.
Si hubiera conocido antes a esta persona, si hubiera decidido hablar en otro momento, si la noche con sus estrellas no hubiera sido tan hermosamente perfecta, y a la vez, tan ajena a mí. Si las cosas hubieran sucedido en otro orden. Pero sucedieron así, y no creo que, como me dijiste una vez, seas débil de voluntad.
Lo que duele de las decisiones no es tomarlas, sino cumplirlas cuando uno sabe que lo que ha decidido no es del propio gusto.

¿Qué me ha quedado, al final? Un montón de cosas raras, un montón de imágenes grabadas en la memoria, la enésima sensación de destiempo de mi vida, y una mirada llena de enigmas.
O tal vez, ya no de tantos.

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