El tiempo traidor pasa como un suspiro


Esta noche, después de una ducha caliente (antes de que el calentador se apagara por cuenta propia, pero bueno). Me he mirado al espejo y he descubierto que ése pelito de la ceja que yo pensaba que era rubio no era rubio. Dios mío, era un cana.
Si, no es para montar un follón. Probablemente tengo más, pero con este empeño mío de ser morena maligna, no me las veo (ya se encargó Filomenita de decírmelo amablemente la última vez que nos vimos: seguro que tienes canas, pero no te las ves...). Ni falta que hace, leñe.
Pero en realidad no me iba a referir a ése tiempo. Aunque da igual, porque el tiempo pasa todo deprisa, y por ende el tiempo en sentido amplio, pasa igual de deprisa que el tiempo pequeño... o no? Acaso hay atascos?

A veces el tiempo se detiene en un instante... a veces parece que transcurre pastoso y denso... como la M30 en hora punta (o como la Zona Viva un viernes por la noche); cosas que sucedieron hace tiempo están frescas como una lechuga (por qué se dirá eso? Como si las lechugas no se pudrieran como todo hijo de vecino), y cosas que sucedieron hace dos días están difusas como los muebles de mi habitación cuando me levanto. Últimamente tengo un extraño desorden de la memoria y recuerdo cosas que probablemente no pasaron... o tal vez sí pasaron, pero no debería recordarlas, no lo tengo muy claro tampoco.
Será mejor que me centre en dar el siguiente paso de este camino de baldosas amarillas, porque aunque parece ancho, es engañoso, y en realidad, es tan fácil salirse como poner el pie fuera del hilo del funambulista.
Así que desde aquí declaro que no creo en el continuo espacio tiempo, porque el espacio es el que es, no me parece unas veces mucho y otras poco.

La verdad es que esta semana ha pasado ultrarrápido. Podría jurar que ayer era domingo... y juraría en falso, porque ayer era miércoles.
Además, era miércoles 17 de octubre, y a me pasé todo el día no ocupada, sino corriendo de un lugar a otro, de resultas que, como en este país no se puede hablar por teléfono por la calle (y esas conversaciones callejeras mira que las echo de menos yo), pues no felicité a quien debía felicitar. Afortunadamente, la tarde anterior había sido altamente clarividente y había mandado un sms para ser la primera (esta vez sí).
Vivir así, estas semanas que se acaban sin sentir es como vivir en una irrealidad, en un mundo paralelo, antes el tiempo no pasaba tan rápido. Debe ser que en este continente las cosas llevan otro ritmo. O a lo mejor estoy detrás del espejo y no me he dado cuenta.
No. Mi verdadero problema es que no me basta una sola vida; yo necesitaría dos o tres, puestas así, en paralelo, para hacer las cosas que quiero hacer.

Mañana es fiesta (hoy en otros lugares). Igual yo me tengo que levantar pronto porque tengo una reunión (es lo que tiene este trabajo, que no conoce barreras), pero por lo menos me levantaré con la alegría en el cuerpo de que es viernes... a pesar de que ayer, estoy convencida, era domingo.

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