Comienzos


Empezar de cualquier manera, pero empezar. Por alguna parte, por donde venga bien, por lo que pase cerca. Ya pensaremos después si había algún sitio mejor para empezar, por si acaso hay una próxima vez. De momento, ya, moverse, porque no moverse es demasiado cansado y demasiado cansino - y yo nunca he sido de las que dejan las cosas pasar sin hacer nada… o si, pero ya me he cansado de hacerlo.

Hago balance, pero no de año nuevo, sino de vida nueva. Peso cuidadosamente las cosas que yo antes hacía, que dejé de hacer y que podría volver a hacer (por ejemplo, “escribir”, un, dos, tres, responda otra vez). Peso las cosas que me parecían normales y que no lo son (por ejemplo, días de paz: de paz de la de no tener que ignorar llamadas, sino de las que sabes que no te van a llamar). Peso en un lado la culpabilidad, que aún no se pasa (son muchos años de hábito), y en el otro, el placer de no tener notificaciones constantes. Pero se pasará. Peso los “¿y si?” que empiezan a aparecer en el horizonte, pero no me sale la cuenta porque se marchitan y vuelan con el aire cuando nos vamos a dar un paseo. Hago este ejercicio como si despertara de un largo sueño; o cómo si volviera a la realidad desde un mundo paralelo (o como si cambiara de una realidad  paralela a otra, ligeramente distinta en las cosas más ínfimas pero más desconcertantes). Hacer planes sin hacer planes; tener, por fin, ganas de decir: no voy a esperar a que pase aquello para hacer esto. 


Ahora lo que me pregunto es ¿cómo esperé tanto? Y quizá eso en si mismo es bueno, porque es lo que uno siempre piensa cuando las cosas salen bien. ¿Por qué no lo hice antes?

Curiosamente, hace unos días me salió en un test de personalidad un resultado bien inesperado. Lo he hecho muchas veces a lo largo de los años, con un resultado similar, un equilibrio entre el yo que piensa y reflexiona y el yo que decide. La semana pasa me salió de dentro el yo que decide - mucho más que el yo que reflexiona, que se quedó tan sorprendido como yo.  A lo mejor es lo que queda después del fuego. A lo mejor es la crisis de una decena que no nombraré aquí, porque es como la lengua de Mordor.

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