Te mentiré y te traicionaré
Algunas veces, querer a alguien significa tener que callarse (y tragarse entero, crudo y sangrante) lo que uno querría decir a gritos (aunque eso no quiere necesariamente decir que, de intentar gritarlo de verdad, fuera a salir de la propia boca algo más que un murmullo confuso o una retahíla de palabras sin sentido).
Esta es, sin duda, una gran verdad digna de alguna serie de televisión.
Curiosamente, resulta ser, a pesar de todo, una verdad. Resplandeciente, estupefaciente y simple, como todas las verdades. ¿Se trata de lo que los demás no saben de uno mismo, o de lo que los demás callan sobre uno mismo? ¿Dónde van todas esas (ingente cantidades, millones de ellas) mentiras "blancas"? Es tan malo llevar a cuestas una mentira como una verdad no dicha, al final, pesan casi lo mismo.
Arriesguemos todo en una ocasión final, pongamos toda la carne en el asador, agarremos el toro por los cuernos, liquidemos el asunto, zanjemos la cuestión. Y si aún así no logro encontrar la palabra exacta que obrará el prodigio, si tus ojos me devuelven la mirada de esa forma indescifrable una sola vez más, si el gesto no se coordina milimétricamente formando la coreografía perfecta, y si, al final, la vida impone su consabida realidad prosaica, me resignaré a esta estúpida verdad de novela barata y seguire callada, observando todo con los ojos cada vez menos brillantes.
Mientras tanto, clavaré mis ojos en el cristal deseando con toda la fuerza de que soy capaz en este momento, que veas algo más que el simple reflejo.
He tenido miedo, aún lo tengo.
Y jamás sabré si has visto el reflejo, o has visto algo más que no me dirás nunca, porque a veces, cuando se quiere a alguien, es mejor callar.
Hoy me han dicho que soy valiente, pero el hecho es que no sé si lo soy, porque aún no he pasado la prueba de fuego. Sin embargo, ya noto esa frialdad dentro del alma, esa sensación de momento decisivo, crucial e inevitable. Mis ojos atentos, cada vez menos brillantes, serán los testigos mudos del resultado de la prueba.
He callado y he mentido ya tantas veces, a los demás y a mi misma, que una vez más, no puede pesar tanto en el cómputo total.
Seguiré sonriéndome, tal vez de forma taimada, pero sé que este juego del ratón y el gato no diurará eternamente.
Aunque una voz me dice, desde las sombras, que habría sido bueno confiar por una vez, olvidarse de las señales y del camino y hacer parada y fonda, para dejar de correr en pos de algo desconocido...
No importa, porque tampoco la voz durará eternamente.
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P.D. Hace mucho que no bailamos la danza de la alegria...
Goose