Vacaciones capítulo X: El país de los dioses, kalimera ellada

(Lo sé, hace mucho que debí publicarlo, circunstancias de la vida. Quien me quiera me disculpará!).

No parecía una buena entrada en el país llegar a las tres y pico de la mañana (y sin saber si tenía que atrasar o adelantar el reloj) y con la advertencia de E de que no me dejase engañar por un taxista al que le tenía que dar la dirección en griego... No debí dársela muy mal porque llegué al lugar en cuestión, donde me esperaba una mulatilla que resultó ser E, cambiada de raza a base de tremendos baños de sol. Tras mi sorpresa inicial y agradeciendo los 23 grados a esas horas de la noche, después del menos que fresco norte de Europa, nos pusimos al día y dormimos un rato, pero no demasiado... yo tenía ya la rutita preparada por la ciudad más caótica de Europa, que lo es.
Sinceramente, las dos cosas que más me han decepcionado este año han sido las pirámides y la Acropoli... probablemente, están demasiado vistas, y cuando uno llega resoplando y bufando por el calor, después de haberle pegado un sorbo al agua caliente de las fuentes a medio camino, no le tiene uno mucho aprecio a nada... por no hablar de lo que resbala la jodía Acropoli, que casi me quedo allí! Demasiado llena de turistas y con una dudosa restauración, es bonita y hasta cierto punto impresionante, pero. Me gustaron mucho más las vueltas que dí por la tarde por Plaka, a la sombra de la montañita... o las vistas por la noche. El caso es que Atenas tiene un ambiente muy particular, y no sólo porque estés todo el rato oyendo español hablado al revés por la calle.
Después del día de turismo (y muy resignada sin ver Afaya, que me habría dado tiempo a verla en un día, si no hubiéramos tenido tanto lío de islas), nos dedicamos a recoger al resto: a la procedente de Madrid a las tres y pico de la mañana (y a esta sí que la timó el taxista, aunque no sé si el mío me timó, porque se quedó con cierta botella de vodka polaco que fui tan cazurra de perder), y por la mañana, a la cairota, a la que recogimos por los pelos en el aeropuerto antes de salir disparadas a una isla remota.
Desayunamos en el Canal de Corinto, donde obtuve una foto igual que la del santuario (ahora entiendo por qué no salían más que fotos iguales, es que no hay otra!!), y donde nos enteramos de que el canal en cuestión lo había empezado un tío hace mucho tiempo y de que los peces están tan felices en el agua... Más tarde, pasamos el puente de Patras, espectacular (y no sé si está en esta carrera que se traen haciendo los puente curvados para que cada uno sea el más algo de Europa por cinco centímetros), y sobre todo muy blanquito.
Por la tarde llegamos a la playa y nos esturreamos como buenas viajeras... la playa de piedras suscitó algunas dudas, pero no demasiadas. Por la noche, breve incursión en la comida loca, y finalización de la noche en un lugar donde parecía concentrada la marcha, pero donde ponían una música extraña (y no por griega!)... no sé en qué momento del día comenzó mi obsesión por los sombreros de vaquero, creo que la llevaba de antes, latente, y surgió al verlos en las tiendas... probablemente se debió a no poder dormir la siesta y a no lograr ver a todos aquellos surfistas que nos habían prometido...
Por la mañana, lamentable espectáculo al despertarse, buen desayuno con yogur griego, y excursión hasta la playa más espectacular que se pueda imaginar, aunque según ciertas informaciones no merecía la pena (si a la gente le pagaran por las tonterías que dice...), Porto Katsiki, donde nuestras sospechas acerca de las piedras se confirmaron, pero no nos importó.
En realidad, hubiera merecido la pena sólo por ver el pollo que se montó en el aparcamiento, donde una napolitana lista quería manejar ella todos los coches, a base de gritos, y E, muy grande, acabó bajándose del coche para dirigirlo ella, gritándole en español a la estúpida en cuestión.
Al final del día, logramos ver una puesta de sol más que espectacular y muertas de hambre, nos dedicamos a vivir una serie de experiencias paranormales en un restaurante. No sabíamos si lo mejor era el arte de la camarera para llevar las cosas o la capacidad para conversar de uno de los integrantes de la troupe:

- Siete italiane? (¿sois italianas?)
- Non, siamo spagnole. (no, somos españolas)
- Ah, sprechen Sie Deutsch? (ah, ¿habla usted alemán?) (??? se deduce que hablo alemán de que soy española, o de que no somos italianas??)
- Ja, ein bischen. (si, un poco) (porque pa chula yo)
- Ah, ich haber fünf Jahre in Frankfurt gelebt... (ah, he vivido cinco años en Frankfurt...)(mientras se va a aturdir a otros clientes)

No sé si es normal en Grecia, pero eso sólo puedo pasar allí... y si yo fuera el camarero, mejor para aturdir es preguntar ¿habla usted indostaní?
No fue la única cosa extraña de la noche, porque Grecia, lo he dicho muchas veces, es un país surrealista. Invitaciones a copas que aparecían misteriosamente junto a nosotras, tías rubias que parecían estar solas, tíos altísimos que echaban piropos y desaparecían...
Obviamente, por la mañana fue imposible levantarse antes de la hora de irse, pero no hubo ningún problema... qué país más easygoing (claro, eso explica que estén como estén, pero ojo, que son felices!!)-
Nos fuimos a la última playa, donde confirmamos las virtudes de las piedras (y debo confesar que superé un poco mi miedo al mar, hasta que la cairota vió un monstruo marino), y después nos fuimos a conocer Agios Nikitas, donde vimos la playa de arena, que debe ser la única de la isla.
Después de una espectacular pelea de móviles, que por puro respeto no ha acabado aún en youtube, partimos para Atenas, cantando la canción que será el éxito del verano que viene: Uuuu pierna de madera... Y llegamos, camino a la inversa, y conmigo hablando casi todo el rato, a las dos de la mañana en Atenas, saltándonos semáforos y subiendo a ver las vistas de la Acrópolis para después llevarme al aeropuerto, donde gracias a la organización que caracteriza al país de los dioses, casi pierdo el avión (uséase trescientas personas en la cola de revisión de pasaportes, un solo griego revisándolos, y muy despacito, a todo esto, mi vuelo ya hacía veinticinco minutos que estaba embarcando; los nervios fueron lo último que me faltaba para acabar de agotarme). Afortunadamente nos pasó lo mismo al 80% del pasaje, con lo cual no despegaron sin mi, y logré llegar sin contratiempos y casi en coma a Budapest, donde alucinada, me paseé por el centro de la ciudad destrozado por una tormenta tremenda...
No recuerdo bien el resto del viaje, llegué a la ciudad eterna a las seis y a mi casa en algún momento después, y dormí hasta la mañana siguiente, sin soñar ni moverme (de hecho, ahora puedoo confesar que me quedé dormida con las gafas, y menos mal que no fueron las lentillas...). Por la mañana, el mundo era de nuevo un lugar brillante y nuevo, pude compribar que mi moreno no era mentira en el espejo del baño y el sombrero de madonna me sonrió desde encima del armario.
Grecia es, definitivamente, el país perfecto.
El país de los dioses....
¿Quién se viene conmigo a montar un chiringuito??

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