Crónica de un regreso al pasado...


Todo empezó hace unas semanas con Ra que me decía que tenía que quedarme en León el último fin de semana de octubre, porque iba a venir la invasión de conjuntos.
El tiempo se acercó al finde en cuestión con su velocidad habitual, y al final llegó el finde en cuestión, un fin de semana en el que, después de dos semanas de lluvias torrenciales, por fin lució el sol. Es más, lució hasta demasiado, menudo calor...
Los visitantes llegaron cargados de maletas hasta el Parador de León, donde se alojaron e habitaciones antiguas y llenas de muebles mullidos (o eso me pareció a mi, que tenía sueño). Durante la copa de bienvenida, mi pareja preferida nos ilustró sobre la estupenda experiencia que supone ser Amigo de los Paradores, cosa que decidimos hacernos todos rápidamente. El caso es que, al final, se me ha olvidado el folleto relleno...
Nos fuimos de tapas (en realidad hemos estado casi todo el finde de tapas...) y a comprobar la marcha de León, con incorporaciones a lo largo de toda la noche, y sucesivas puestas al día. Después de bailar poco y hablar mucho, y de muchos planes para el sábado, me marché a las cuatro de la mañana, derrotada y con un ojo que prometía molestar (del verbo mañananopodrásabrirlo, como efectivamente sucedió), y dejé a los viajeros dándolo todo en los antros que pueblan esta ciudad, incluido un curioso Studio 54 donde me han comentado que hay una marcha impresionante (fuentes externas al grupo).
El sábado a las 9:30 no se levantó ni el tato para ver el Parador, como cabía esperar, sino que la másquecompleta visita turística empezó más tarde de lo previsto, y las tapas sufrieron un retraso horario, lo que junto con unos cuántos fallos logísticos hicieron que acabáramos comiendo un sándwich mixto a las mil de la tarde. Tras contemplar las espectaculares vidrieras de la catedral y visitar el Panteón de los Reyes (o tomar el sol, según el caso), decidimos que lo más inteligente era comer hojaldres de Alonso y largarnos a casa del otro medioleonino del grupo a cenar y descansar (la pregunta es: ¿por qué no decidimos desde el principio que nos íbamos a quedar en casa, cuándo se veía venir?). Compramos la comida en un peculiar supermercado lleno de murciélagos y con las cajeras disfrazadas de brujas, y nos fuimos al pueblo en cuestión, a unos extraños 14 km de León (después comprobamos que nos había engañado, pero entre que ya era tarde y que no tenía remedio, le perdonamos).
Por el camino, descubrimos el miedo al apagar las luces en una carretera oscura oscura, en medio de la noche... casi casi como en Darkness...
Entramos corriendo en la casa huyendo de unos enormes (pero enormes de verdad) mastines leoneses que aullaban delante de la puerta (y que a altas horas de la madrugada se vengaron de nuestras voces de por la noche) y preparamos la cena entre risas, estreses y comentarios al partido de fútbol.
Los comentarios fueron degenerando y las conversaciones haciéndose más profundas (o no, depende del punto de vista!) a medida que pasaba la noche... y se nos hicieron las cinco (que eran las cuatro, las tres en Canarias) sentados a la mesa.
El domingo, nos desperezamos al canto del cabrón del gallo, hicimos un desayuno completísimo, visitamos una parte de la infancia y la adolescencia del Caballero de la Risa Pegadiza, y nos fuimos de nuevo a León, con una ruta turística que completar. Comimos raciones, sentados, y bajamos la morcilla y demás lindezas recorriendo calles empedradas, haciéndonos fotos que publicaré tan pronto como me lleguen (esto no es una amenaza... o si), y aturullando camareras al borde del Húmedo. Al final, llegó el final, como ocurre con todas las historias... y aunque horas más tarde una colgadita me dijo que la expedición había llegado bien a casa, abandoné el barco mucho antes, a las puertas de mi casa.

Es curioso ver cómo seguimos siendo tan iguales y tan distintos a la vez.
Esto confirma mi teoría de que la gente no cambia, cada vez se vuelve más ella misma (del otro lado, es una teoría falaz, porque si cambia, a lo mejor es porque el rasgo cambiado no era proprio de su personalidad... pero no hay demostración posible. Claro, que si todo se pudiera demostrar absolutamente, la imaginación sólo serviría para el I+D). El caso es que algunos temas de conversación han cambiado (coches, hipotecas y casas, horas echadas en el trabajo en lugar de en hacer las prácticas de mercantil...), pero el tono de las conversaciones no ha cambiado demasiado, y seguramente por mucho tiempo que pase, seguiremos teniendo los roles que en este grupo asumimos hace años.
Así, se oyó de todo durante el finde; quejas sobre la escasez de las tapas de León en comparación con las de Granada, recorridos exhaustivos por el centro histórico de la ciudad, simplificaciones geniales de la vida basadas en el sexo, preguntas indiscretas, ambiciosos planes de futuro, risas estentóreas, discusiones en el filo de lo absurdo que contienen distintas formas de ver la vida, ironías y requiebros lingüísticos, anécdotas, inventarios de personas más o menos desaparecidas... Me pregunto si seguiremos siempre más o menos igual, o en algún momento, las diferencias serán más que las similitudes...
Pero, no nos preocupemos, eso es agua del futuro.
Espero veros a todos reunidos antes de la próxima fiesta de despedida.
¡Este finde he recordado una yo de la que ya no me acordaba!

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