48 horas desesperadas

Pero no como en la película, sino porque me he pasado dos días sin móvil. Todo por no aplicar la primera medida que se debe aplicar con los chismes eletrónicos, uséase, apagar y encender de nuevo... dos días sin estar localizable ni para toda la gente con la que quería quedar, ni para el PMA ni para ICEX ni para nadie... claro, cuando logré tener cobertura de nuevo, estallaba el bichín de mensajes y de avisos del contestador (que vaya tía peñazo, la del contestador, a ver si lo personalizo de una vez, bueno cuando me vuelva a cambiar de compañía). En fin...
el caso es que yo recuerdo que en algún momento, no tenía móvil, y a pesar de eso, llevaba una vida normal, si quedaba con alguien, pues tocaba esperar (excepto al que le decíamos media hora antes para no esperar mucho), llevaba una tarjeta de telefónica para las cabinas para avisar de que no iba a comer o de que alguien iba conmigo, y cuando llegaba a casa, tenía mensajes de la gente que me había llamado.
Ahora, leo medio asustada, que el 61% de los chavales entre 10 y 14 años ya tiene móvil. De un lado, me horroriza, y de otro, al fin y al cabo, muchos padres lo comprarán para tener a los hijos localizados. Y ellos aprenderán antes, como lo aprenden todo antes de lo que lo aprendimos nosotros, a mentir sobre donde están...
El mundo tiene cada vez menos encanto, los niños son cada vez menos inocentes y cada vez es más difícil mentir, aunque cada vez sea todo más cómodo... ya no tengo ni que ir a la tienda a que me revelen las fotos (que las tengo aún que seleccionar si me deja el virus), porque me las mandan a casa...
No me malinterpreteis, no me quejo! Si no fuera por internet, los móviles y esa serie de maravillosos inventos, este año no habría conservado ni a la mitad de mis amigos, o al menos, no en el mismo grado de amistad que tenemos (dicen que un amigo de verdad lo es para siempre, pero ya lo dijo Platón, que no hay que dejar crecer la hierba en el camino de la amistad)... pero, a veces, cuando me siento a leer un librito de aventuras, y me asalta el romanticismo, me pregunto qué será de mis ansias de conocer el mundo, si éste es cada vez más pequeño...
Desde luego, si yo tuviese hijos ahora mismo, no les dejaría tener un móvil... ni amigos! Mejor, les intentaría convencer de que una vez vi un perro verde, y de que aquí en el jardín de enfrente de casa, por las noches a veces hay unicornios pastando.
Claro, que igual lo mío es una cosa crónica...

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