Porque mis ojos brillan con tu cara, y cuando no te veo se apagan...

El dolor es como una aguja de hielo que se clava cada vez más profundo, que hace que la propia visión sea cristalina, que el entorno sea nítido. El dolor palpita, va y viene en oleadas. Cuando me deja respirar, pienso quedamente, para no llamarlo de nuevo. Me pregunto cuándo se acabará. Pero me temo que no se acabará nunca, porque ahora la causa está dentro de mí. Por más lejos que me vaya, siempre me persigue y me da caza. Es una continua huida desesperada, pero no puedo dejar de huir, y no puedo evitar que me alcance. Dentro de un tiempo, el mismo dolor se habrá llevado hasta los últimos restos, si soy afortunada, y me dolerá sólo una imagen, un espejismo que nunca estuvo allí. Quizá, dentro de un tiempo (de mucho tiempo), podré pensar que el dolor no proviene de esto. Quizá todo lo que nos une (lo que se ve y lo que no se ve, lo que está ahí y lo que no, lo que sabemos y lo que ignoramos) será una imagen que no comprenderé, pero que me consolará del dolor, como la imagen que recuerdo, de una valla que se proyectaba en el suelo delante de mí, mientras yo patinaba. Ahora me marcho al lugar donde no estás, y siento que le vuelvo la espalda a la vida, y me sumerjo en el dolor.
Quizá...

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