Érase una vez Kérkira

Resumen para quien no se quiera entretener:

Grecia es el país con la dosis de surrealismo justa. Corfu-Kérkira es un paraíso donde huele bien, la gente es simpática y las vistas son estremecedoras desde cualquier sitio. El viaje ha sido intenso, lleno de aventuras y sobre todo, muy muy divertido... e inspirador.


Pues si que merecía la pena el viaje de veinte horas de ida y el las otras tantas de vuelta... más que merecía la pena, porque me ha encantado. No... encantar es poco, no sé describirlo... más bien, me ha fascinado...
Siempre me gustó Grecia (junto con Alemania, fueron siempre los do países que más me llamaban la atención), pero esto ha sido la confirmación. ¡Es el país con la dosis de surrealismo justa para mí!
Sol, gente amable y alegre, buenísima comida, surrealismo, qué más se puede pedir a la vida?
Cuandos allá por el Eramus Nikos nos explicaba a todos que los griegos son felices sólo por el hecho de ser griegos, nadie le creía (supongo que igual que no creíamos a Alex cuando decía que Hamburgo es la ciudad más bonita de Alemania). Pero es un hecho, son dicharacheros! Cierto es que los he visto en una isla, supongo que Atenas es otro cantar (Emilia me decía todo el fin de semana que ella nunca habla con tantos griegos, cosa que tampoco me creo, porque se defiende más que bien!)... pero me gusta esta gente. Y nosotros les gustamos a ellos, porque mira que está de moda España! (será que ven pocos ejemplares, porque anda que no está lejos). Lo que más gracia me hacía es que así como en otros sitios lo que le sale e a la gente en español es "hasta la vista, baby" y cosas del estilo, esta vez lo que oíamos era "amigos para siempre". Les debieron tocar muy dentro las Olimpiadas...

Y ahí va el relato que llevó mis pasos hasta la isla donde vivieron los Durrel. (Si antes me encantaba el libro, ahora estoy deseando releerlo, para ver los sitios de los que hablan).

El viaje ya empezó de manera tortuosa, porque, como siempre que tengo que hacer algo extraño con las horas para irme (traducción, escaparme taimadamente antes de la hora), había una maravillosa huelga de transportes públicos en Roma. Si ya de por sí los transportes públicos suponen una aventura, cuando no los hay, la aventura se convierte en una auténtica odisea (que tampoco venía tan mal como inicio, si tenemos en cuenta dónde iba). Después de casi un ataque de nervios (porque como yo no me pongo nerviosa cuando tengo que ir de viaje, encima estas cosas), logré llegar a la estación de buses diez minutos antes de que saliera el susodicho, por obra y gracia de la oportunísima llegada del capo a la oficina y de uno de nuestros conductores.
La aventura comenzaba... Roma-Brindisi,Brindisi-Corfú.
El autobús, fue, como cabía esperar, de surrealismo moderado. Por alguna extraña razón, el ambiente de la gente que viaja en bus es siempre distinto de los trenes... tiene, digamos, un halo diferente. A pesar de que íbamos en un dos pisos y yo iba en la parte de abajo y además de espaldas, no me mareé (hala, para que veas, Pater), con lo cual la primera batalla estaba ganada... La segunda, el recorrido del bus... en fin. Digamos que me crucé Italia a lo ancho y a lo largo (casi) y se notó (véase ruta roja).
El caso es que me pasé el viaje recibiendo preguntas del tipo de "¿sabe usted si para en el pueblo X (donde X es un sitio del que no había oído hablar en mi vida)?" Y respondiendo con mi mejor sonrisa: "No tengo ni idea, oiga". También recibí las atenciones maternales de una pareja de ancianitos (ella muy molesta porque iban al pueblo de él, donde no había nada que hacer), que se quedaron petrificados de terror cuando les expliqué que no iba a comer hasta que llegase a Brindisi, a las 18:30... afortunadamente, fui capaz de echarme el embozo y dormirme.

Brindisi... El bus llega a un lugar... bueno, a algún lugar de la ciudad... al lado del cementerio... lloviendo, un poco tétrico, ello. Bueno, bastante tétrico. Además, conmigo se bajaron dos chavales, a los que vinieron a recoger rápidamente, y uno de los cuales me informó de que lo llevaba claro para llegar al puerto, porque había huelga de transportes.
Imaginad, Brindisi, 1946... día triste y lluvioso, a punto de esconderse el sol tras las nubes... yo esperaba que empezasen a salir vampiros de las verjas del cementerio mientras esperaba el taxi... además había una rumana (me apreció rumano, pero no estoy segura de lo que hablaba) a mi lado que no sé que esperaba. Inquietante.
Tras diez minutos angustiosos, llegó el taxi... y me llevó, en una carrera de tres minutos y medio, al puerto... quince eurazos. Precio fijo... Después de acordarme de toda su familia y de decirle que era un robo, me fui a hacer el check in, donde tuve un extraño intercambio verbal con el chaval de la compañía, hasta que nos dimos cuenta de que él era griego y yo española (que no explica del todo el diálogo de besugos que tuvimos: "Pero, dónde se coge? A las ocho y media. Pero dónde? A las ocho y media. ¿En el borde del agua???") y me dirigí al barco (FC Ouranos), dispuesta a encontrar un rinconcito en la cubierta donde acurrucarme y dormirme de nuevo.


Al principio lo encontré, pero es muy difícil dormirse cuando a tu alrededor chilla todo el mundo... así que me cambié de sitio... pero entonces apareció él. Que no el hombre de mi vida, sino un tipo, de unos cincuenta años, con un maletín raro, con una chaqueta raída y el pelo aún más raidillo, y que no levantaba más de uno cincuenta. Que no es que yo me fíe tanto de las primeras impresiones, pero hay cosas obvias. El caso es que el tío gritó algo incomprensible (sólo después de tres días en la isla entendería yo que lo que gritaba era "hola!") y me sobresaltó, despertándome del todo. Me volví a cambiar de sitio, y encontré un sofá cómodo a medias donde acurrucarme. Demasiado confiada, cuando ya me estaba durmiendo, apareció el tipo de nuevo y me volvió a gritar... cabreada, descubrí además que una panda de americanos estaba dándolo todo en la pista de baile de fuera, y que a música tampoco me dejaba dormir... así que me volvía cambiar de sitio... me acomodé como pude en unas sillas lo más lejos posible de la música y volví a dormirme... para ser despertada de nuevo por el tipo recalcitrante!!!!! Esta vez, no gritando, sino moviendo sillas... le dije que no hiciera ruido y murmuró algo incomprensible, y después se fue a hacer ruido a otra parte... volví a dormirme... para ser despertada por una voz que decía en cinco idiomas, ninguno de ellos español, que estábamos en Igoumenitsa, que el barco iba a parar sólo unos minutos... eso, durante una hora. Visto lo visto, decidí levantarme (con el correspondiente dolor de cuello) y tomarme un café... previsiblemente, me quedé dormida encima de la mesa del café, claro. Y creo que no me habría despertado ni el hombre aquel (estoy segura de que los ratos que no me despertaba a mí, estaba despertando a otras tres o cuatro elegidas víctimas... debe ser un cla de la compañía para que la próxima vez cojas camarote)... Después del viajecito de marras, un extraño mensaje de Emi me dió la bienvenida a

Kérkira

Es la última isla donde paró Ulises antes de llegar a Ítaca. Sólo con eso, debería bastar para hacerse una idea del lugar. Pero además, es el lugar donde los Durrel vivieron sus aventuras.

Bajé del ferry entre un maremágnum de coches y maletas, y me arrastré hasta Emi, que me esperaba desde hacía dos horas, porque llegando ella antes que yo, estaba claro que ella iba a llegar puntual y yo no, era matemático. Nos dirigimos corriendo a alquilar un coche, que cogimos para los tres días... un matiz, más mono... Nuestra primera experiencia con los animados habitantes de Corfu (hay quien ha sugerido llamarles corfuncios, pero, sinceramente...), porque alquilamos el coche sin tarjeta ni nada.

Nos fuimos corriendo (con el coche, claro) al centro, a hacer el check in en el hotel y olvidarnos de las maletas, y nos dimos cuenta de que no teníamos el contrato del coche... así que volvimos a la agencia... ooops, craso error, porque el contrato estaba en el coche. Vale, primera pavada, pero le puede pasar a cualquiera... Decidimos subir al punto más alto de la isla, el monte Pantókrator para verla toda y ver el monasterio que hay arriba, lo cual resultó ser el craso error número dos. La pregunta es, cómo se les ocurre a dos personas sabias como nosotras, meterse dentro de una nube, que es lo único que había encima de la montaña? Pues es un misterio, pero lo hicimos. Llegamos hasta donde la niebla sólo dejaba ver metro y medio delante del parabrisas, y nos bajamos sin ver el monasterio... estoy segura de que además, no nos habrían dado dulces... aquello parecía el fin del mundo! Bien mirado, es un buen lugar para retirarse a orar...

Cuando por fin entramos en razón y bajamos, decidimos seguir la guía y acercarnos hasta la Casa Blanca de los Durrel y comer en Agni, que según la guía es el corazón gastronómico de la isla. La casa la encontramos sin mayores problemas, porque además estaba marcada... me puedo imaginar al chaval de doce años que debía ser Gerald, cuando los caminos eran todavía peores para llegar... me pregunto cómo bajaban las pendientes... Es, desde luego, un lugar lleno de paz y de tranquilidad. Supongo que porque el restaurante que es ahora la casa, estaba cerrado.

Agni fue otro cantar... primero bajamos una cuesta en dirección hacia allí, rodeando una hermosa calita... después, llegamos a un carretera sin salida, y dimos la vuelta, volvimos a subir... volvimos a bajar, tiramos por otro camino... que no era, porque se acababa... dimos la vuelta de nuevo, volvimos a bajar... y a subir... y a pasar la calita (que ya no parecía tan bonita)... le preguntamos a una inglesa que nos dijo que estaba muy cerca, que había que bajar y seguir andando... volvimos a bajar... y a subir... y al final, decidimos que teníamos demasiada hambre para seguir buscando el corazón gastronómico de Corfu. Así que nos dimos a la fuga de los caminos de cabras, y seguimos... Enseñanza número 1: los griegos ponen los carteles donde les apetece, que no necesariamente coincide con el lugar donde hacen falta.

No obstante la desesperación, nuestra paciencia se vió recompensada, porque encontramos una taverna estupenda donde comer, y nos pusimos ciegas de tzasiki y boquerones fritos a la orilla del mar... acompañado de retsina, un vino griego. Eso es vida. No hay nada mejor que el turismo gastronómico. Después de hacer la digestón un rato, decidimos coger el coche (que estaba aparcado destrés del del capitán Joe!!), dar otra vuelta para meternos de nuevo en la carretera y seguir por el norte de la isla (desde donde se ve Albania con sus edificios, que debe ser lo mas característico de Albania, a juzgar por como lo dice la guía!) hasta el Canal del Amor. Se supone que tienes que cruzar el canal con tu amor para que dure para siempre... el sospechoso cartel de "verdadero canal del amor" no nos llamó la atención, pero luego descubrimos que hay probablemente, más de uno de estos canales... Pues si que son listos, los griegos!! El caso es que en el canal en cuestión había un cartel enorme que decía prohibido bucear y escalar las rocas, lo cual deja poco espacio a los gestos heróicamente románticos, pero bueno. Todo sea porque los adolescentes inconscientes no cometan estupideces... El caso es que después de un día nublado y cambiante, vimos una maravillosa puesta de sol en el citado canal, tras pisarle las baldosas a un griego que las estaba colocanco, y que nos miró con un cierto hastío, que no con acritud. Aunque a lo mejor no fuera el canal del amor de verdad (dado que no habíamos encontrado previamente a los hombres de nuestras vidas, no pudimos comprobarlo, claro), por lo menos era espectacular.

Decidimos volver a Kérkira y darnos una ducha antes de salir por ahí (cansadas pero fiesteras) y entonces empezaron las aventuras de verdad... En una de las curvas, Emi notó que el coche no respondía igual... y no dijo nada. En la siguiente curva, el coche ya hizo un ruido positivamente raro... yo dije que era la radio (que iba y venía todo el tiempo) y ella me dijo que seguramente era la radio... con lo cual, en cuanto pudimos, nos paramos. Y lo peor es que no vimos nada... Después de un camino más calladas que de costumbre, llegamos a la ciudad, buscamos aparcamiento, aparcamos en un prohibido, y cuando íbamos a salir, fue cuando, por fin, nos dimos cuenta de que la rueda estaba más pinchada que pinchada. De ahí los pitidos que nos habían dado en más de una ocasión!

Desesperadas, pusimos cara de circunstancias y nos pusimos a examinar el gato, como si fuera una cosa de fuera de este mundo. El caso es que tenía instrucciones para montarse, así que no pusimos a ello (tras hacer un par de pertinentes llamadas), y entonces apareció un ángel salvador en forma de amable padre de familia, que se remangó y nos cambió la rueda... no sé si he comentado ya que los griegos son la gente más simpática que he visto! Entre risas y hablando inglés y griego, acabó el señor la faena y nos despidieron afectuosamente... volvimos al hotel muertas de cansancio, y planeando buscar alquien que nos recauchutara la rueda al día siguiente, eso si la llanta no estaba rota también después del palizón que le habíamos dado (menudo par de burras). Muy optimistas, porque era domingo, al día siguiente, pero bueno.

Después de la aventura, salimos un rato, dispuestas a ir al Liston, la zona de cafés y restaurantes, pero cuando estábamos observando los precios del segundo sitio, empezó a diluviar... nos refugiamos en los soportales y les pedimos consejo a dos chicas que nos dijeron que fuéramos más allá del puerto, que es donde estaban los bares y eso, que después de saber que éramos españolas, nos dijeron que querían aprender español, para ir a Venezuela ("eso está cerca de España, no?" ¿Cómo le explicas a alguien así que vienes de Europa?? No comments). Vista la situación del coche, cogimos un taxi y nos fuimos para allá, cenamos y nos metimos en un antro a ver a los griegos darlo todo y a escuchar música de OT en griego (qué total!!! ahora sí que me gusta, y no cuando la oía a regañadientes en la UAP!!)... La marcha de Corfu en verano debe ser la leche, porque ahora había bares cerrados y aún así prometía...

Al día siguiente, por la mañana fuimos a la gasolinera donde nos informaron de que encontrar un recauchutador (o vulcanizador, como lo rebautizamos) iba a ser complicado, así que fuimos a la agencia (con miedo de sufrir la clavada del siglo...), y obtuvimos la segunda muestra de los sumamente aproblemáticos que son en Corfu: no pasa nada, nos cambian el coche y punto pelota; como el arreglo de la rueda serán como diez euritos, y dejábamos el depósito lleno, en paz. Asombradas y complacidas, nos fuimos a por el otro coche, que tenía más gracia... un matiz topless! (uséase, con panel deslizante en el techo!!)

Pero lo mejor del coche no es el coche en sí... sino que por la noche, al abrir el maletero, nos lo encontramos lleno de patatas!!!! Me habría encantado ver nuestra cara al verlas....

Después de volver a cruzarnos Corfu varias veces por el coche y para salir, nos dirigimos al Achilleion, el palacio de Sissi en Corfu (últimamente me persigue, Sissi, porque en Budapest tuve mi primer contacto con sus huellas históricas más allá de las películas de Romy Schneider, donde siempre me pareció una cursi sin remedio). La muy lista se lo había dedicado a Aquiles, y le tiene por todas partes... y eso, sin saber que luego Aquiles sería Brad Pitt! Tremenda la escultura de Aquiles muriendo que hay en el jardín, recuerda mucho al Galata morensis (y supongo que no es una mera casualidad). Los jardines están presididos por otra tremenda estatua de Aquiles, pero esta es posterior... además, están bastante bien cuidaditos, y en escalera, tienen unas vistas impresionantes; se ve el continente perfectamente. Dentro de la casa, aparte de un par de retratos de Sissi y muebles extraños, no nos gustó nada particularmente. Pero es un lugar curioso para visitar. No me imagino los vestidos tremendos esos que se llevaban paseándose por el jardín...

Por la tarde, decidimos ver la ciudad de Kérkira, que ya estaba bien. Comprobamos una vez más la habilidad de los griegos para poner señales cuando vimos la tremenda señal de "peligro aviones" cerca de la pista del aeropuerto... ¿pero qué hace uno si se le viene un avión encima?? En fin.

De camino, nos paramos a ver el Monasterio dedicado a Nuestra Señora, que está en un islote, pero al que se puede llegar andando, y que está frente a la Isla de los Ratones, que se dice que es el barco de Ulises que se convirtió en piedra.

Comimos de nuevo con vistas al mar (es lo que tienen las islas, es relativamente fácil ver el mar), probamos platos autóctonos (el sofrito!! que bueno estaba!!) y nos dimos un paseo por el barrio veneciano de Kérkira. Dicen que es la isla con más sabor italiano, será que es la que está más allá, y se nota en las construcciones, que es cierto podrían ser perfectamente un puerto italiano. Un barrio con encanto, con cafés en las esquinas y tiendas de souvenirs no excesivamente ofensivas, con la iglesia ortodoxa de Agios Spiridon, que sacan de paseo cada vez que se les ocurre... y no os lo perdais, que lo que tienen es la momia! Vimos cómo le leían al santo las peticiones de los fieles, y a juzgar por todas las que había, debe ser un santo muy trabajador.

Siguiendo los maravillosos consejos de nuestro gurú la guía (bueno, las guías), decidimos ir a ver la puesta de sol (parece ser que estar en Grecia te vuelve cazador de puestas de sol espectaculares) a Pelakas, que dicen que es la mejor de la isla... por supuesto, innumerables subidas y bajadas de carreteras de cabras hasta que llegamos, y varias pérdidas incluidas, aunque la puesta de sol fue bastante bonita, con los pájaros suicidas que parecen golondrinas, pero no lo son, volando sobre nuestras cabezas y un camarero intentando ligar con nosotras (de una forma bastante peculiar, con grecoinglés). Después de indignarnos porque en la terraza de las vistas que recomendaban en la guía hay un café (consume! consume!), nos dimos cuenta de que en realidad El trono del Keiser estaba más arriba, jejeje, y desde allí sí que había unas vistas espectaculares... segunda pardillada suprema del viaje... pero puesta de sol maravillosa. De esas que te hacen sentir que de verdad la vida es bella, aunque pasen cosas horribles.

Volvimos a Kérkira tranquilamente, fingiendo que no oíamos el ruido raro que volvía a hacer la rueda delantera derecha, cantando las canciones de la radio y contando las gasolineras cerradas cuando estábamos más que en reserva. Al final encontramos una gasolinera, contamos las ruedas y constatamos que todo iba bien (un poco de paranoia a veces hace bien en la vida, por ejemplo, puede salvar una llanta) y logramos llegar al destino final, sin dejar de dar berridos con las canciones que nos gustaban. Y con el techo desplegado...

Aparcamos el coche casi en el mismo sitio donde lo habíamos aparcado la noche anterior, y cuando fuimos a guardar las guías en el maletero, descubrimos los diez kilos de patatas... Nuestras caras debieron ser un auténtico poema. Y las vueltas turísticas que se dieron las patatas (y las manzanas, qeu había de todo) por la isla... Así tiraba menos, el coche!

Después de hacer pereza y de intentar ir a cenar en el Liston, lo dejamos por imposible y nos fuimos directamente a la zona de marcha, hecho el cual demostró ser mucho más divetido que la noche anterior. Dimos con un bar con música genial, pero medio vacío, y con un bar lleno pero con música mala... escuchamos más OT griega (genial, genial! Si es que cantan al revés!!) y logramos ser invitadas a una fiesta en la playa al día siguiente...

Evidentemente, después de la juerga, nuestras intenciones de levantarnos pronto se vieron truncadas por la realidad, pero aún así, nos levantamos, nos duchamos y metimos las maletas en el coche (sin sacar las patatas), y nos fuimos a Paleokastritsa, a ver más calas, la entrada de las cuevas y a que nos diera un poquito el sol. Subimos al Monasterio por una carretera por la que no pasaban dos coches, al borde del acantilado (y no es que lo diga yo, es que tenía un semáforo de esos de esperar cuatro minutos) y vimos de nuevo vistas espectaculares (en Corfu corre uno todo el tiempo el riesgo de sufrir un ataque del síndrome de Stendhal, qué naturaleza sobrecogedora) y una serie de animales curiosos, como gatos de ojos bicolores, pavos reales (no nos olvidemos que son bonitos, pero pueden coger la gripe de los pollos) y una manada de turistas. Después de subirnos hasta la parte más rupestre de la cima, bajamos de nuevo la montaña y decidimos seguir la ruta de las vistas tierra adentro, pero sucedieron dos cosas: nos llamaron para que fuéramos a la fiesta en la playa, y volvimos a oír el extraño ruido en el coche... Yo no hacía más que acordarme de La jungla de cristal y Bruce Willis diciendo: ¿cómo puede pasarme lo mismo por segunda vez!!? Después de decidir parar en todas las gasolineras para rellenar la rueda, decidimos bajarle el aire a las cuatro (por obra de un gasolinero muy simpático) y relajarnos. Cruzamos la isla hasta el lago Korission y una playa de nombre ciertamente exótico y nos integramos en la fiesta...

Y tuvimos que irnos de ella para marcharnos de Corfu, en contra de nuestra voluntad. De verdad, que de haber sido un poco más joven y un poco más inconsciente, me habría quedado allí. En la playa, con la música y el mar infinito y azul. La llegada del verano...

Pero no, seis meses intensivos de decirnos que somos la élite durante el máster pudieron con nuestros instintos, y nos fuimos, ya con la añoranza asomando... Dejamos el coche en la agencia, donde nos explicaron el asunto de las patatas, y luego fuimos a la estación de buses, para que Emilia cogiera el suyo a Atenas (si, el bus desde una isla, lo llevan en ferry, claro)... yo me quedé dando vueltas por el barrio antiguo hasta que salió my ferry de vuelta, que por supuesto, salió con retraso, como manda la ley de murphy también en estos casos... (además, la conjunción italianos con griegos qué podía dar, sino retrasos?). Por lo menos esta vez logré dormir del tirón,
sin encontrar a ningún hombre de mi vida que se dedicase a despertarme todo el tiempo (bueno, a lo mejor alguien lo intentó, pero yo no me enteré)... claro, el dolor de cuello que tenía por la mañana... aunque quedó compensado cuando salí a cubierta y vi el amanecer.

La vuelta

En Brindisi, yo que iba con buenas intenciones de hacer turismo por la ciudad, decidí que, en realidad, la mejor opción sería coger el primer tren, porque el puerto y el paseo principal ya los había visto llegando a la estación (afortunadamente, esta vez logré que no me engañase ningún taxista y cogí un busillo que lleva gratis hasta el centro), así que me compré un infame bestseller del año de la peste en York (me gustó Los pilares de la tierra, pero Ken Follet ha hecho tanto daño como Meg Ryan a este mundo) y una revista de esas que odio y me acurruqué en el tren. El camino, laaaaaaargo como una día sin pan, lo veis en el mapa. Pero no sé que tienen los viajes en tren, que abren la mente (por lo menos a mí). Después de cambiar de tren varias veces (afortunadamente siempre subiendo de categoría) cortesía de Trenitalia, llegué a Roma a las 17:16 de la tarde, sorprendentemente puntual, y con la sensación de haber pasado los tres días más intensos de mi vida.

Decididamente, tengo que buscarme una excusa para irme a Grecia.

Eso ya supone una dirección de búsqueda de nuevas baldosas amarillas. Espero que esta vez la inspiración me dure.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Bella,

sólo para tus ojos:

http://www.20minutos.es/noticia/116736/0/Pajares/Esteso/Aparinci/

Ahora los españoles volveremos a demostrar que somos los únicos europeos que lo hacemos con los canzoncillos puestos...

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