De vuelta a las mandarinas...

Hoy estamos inmersos en el fin del mundo otra vez. Esta noche parece ser que ha caído una tormenta tan sumamente fuerte que se han caído un montón de árboles (estamos por establecer dónde, porque cada periódico y cada radio dicen un sitio distinto!). Yo la verdad es que ni me he enterado, me estoy empezando a acostumbrar a los ruidos nocturnos tales como rayos y centellas. El caso es que hace un día negro, que no gris, negro. Y lo más inquietante es que no hacen más que pasar coches de policía y ambulancias (o sólo coches de policía, yo personalmente no los distingo por el sonido) por nuestra calle, y como está atascada, se quedan con la sirena a todo volumen durante lo que parecen horas. Yo me pregunto, ¿les hacen a los policías y a los bomberos alguna clase de entrenamiento especial para que no oigan ese ruido infernal...?), y hasta helicópteros, lo cual es todavía más raro, porque como estamos tan cerca del Vaticano, es una zona de tráfico aéreo restringido.
En fin, tan cercados como estamos de las amenazas globales extrañas y surrealistas (tipo Irán acusa Italia de haber matado al mártir Edoardo Agnelli, que es como para un tabloid) habrá que acostumbrarse a no pensar que de verdad esta vez se acaba el mundo cada vez que uno ve mucha policía por la calle. O militares, que se ven muchos también...
En medio de este maremágnum, y empezando la que promete ser mi semana normal durante la estancia en Roma (que ya está bien que la defina, hace más de un mes que llegué; pero por otro lado, entre visitas y viajes no sé cuántas de estas voy a tener), me asaltan las preguntas existenciales de siempre. Es triste que se venga uno a Roma huyendo de ellas, y se las encuentre aquí esperando, como una muñeca maldita de las de las películas de miedo (por asociación de ideas, no veais Dark Water, qué mal rollo, por favor). Claro, que se trata de eso, de una maldición.
El otro día me mandaron un artículo que define una nueva especie social, los mileuristas, que no pongo aquí porque es demasiado deprimente, acerca de la clase de recién licenciados que se tienen que conformar con un suelo de 1000 € después de haber estudiado una carrera (o dos!)y que no pueden planificar su vida con tranquilidad debido al precio de la vivienda, a la inestabilidad general de los trabajos (porque además de los mil euros, no son trabajos fijos, etc...) y demás circunstancias de la vida, como por ejemplo, que las películas de Meg Ryan no nos convencen como antes (básicamente, no nos engañemos, porque La vita non è un film, por más que en Hollywood se empeñen en demostrar lo contrario). En realidad, estos mileuristas son lo que antes eran J.A.S.P, que no caló tanto... Siempre he querido excluirme de este grupo, la verdad. No por lo de los mil euros (que también tengo intención de evitar, ya veremos si puedo cuando me toque trabajar de verdad, después de dos años y pico de becaria), sino por el momento "ahora toca comprarme casa", "ahora toca casarme", etc... Creo que fundamentalmente, es que queremos la misma estabilidad que tenían nuestros padres con respecto al futuro (dependiendo de la generación de padres en cuestión, pero en general), pero nos encontramos con una situación muy distinta. Y lo que no puede ser no puede ser y además es imposible. A pesar de que hoy tengo los mismos años que mi madre cuando tuvo su primer hijo (mi entrañable Chache), ¿cómo voy a pensar yo en tener hijos ahora mismo? Y no sólo porque intento hacer una carrera en algún sitio... que también.
Claro, que es muy difícil cambiar las expectativas de toda una generación (o de varias, según se mire... yo diría generación en términos de los que hemos vivido Barrio Sésamo y/o Los Mundos de Yupi). Todo ello crea una cierta sensación de estar siempre en precario ¿no? Es muy difícil adaptarse a las estructuras que cambian bajo nuestros pies... y lo digo la primera, que desde el año 2002 estoy estable en ningún sitio.
Y en este contexto, dónde demonios encuentro la fuerza para decidir qué es lo que quiero hacer de mi vida? Si la incertidumbre que ya de por sí caracteriza la vida real (fuera de los entornos ciertos que tanto nos reprochan a los economistas, o ecónomos, depende de quién hable) se multiplica tanto, cómo puede uno tomar decisiones con una cierta... coherencia?
La respuesta que me viene a la mente espontáneamente, es que da igual lo que se haga, porque cualquier cosa es igualmente susceptible de salir bien o mal... Pero eso me deja como al principio, la verdad. Consuelo cero.
¿Dónde está el camino de baldosas amarillas?
¿No sería mejor que cuando de pequeño dices que quieres ser bombero, te hicieran firmarlo? Claro, eso limitaría mucho la libertad más adelante, la verdad...
Estos días, recuerdo especialmente aquella iluminación divina que tuve viendo una película de las tres y media de antena tres (de esas absurdas, de psicópatas absurdos que se solucionaban en diez minutillos y siempre tienen alguna lección moral muy mal oculta), y me pregunto dónde perdí la inspiración... Claro, que igual me confundí y no era una iluminación divina, sino una imaginación demoníaca destinada a confundirme... Who knows?
Miro por la ventana y veo que, milagrosamente (no obstante, estamos al lado del Vaticano), ha salido un rayito de sol entre las nubes negras. Será mejor que me deje de cuestiones existenciales y las deje para cuando miro (que no veo) le techo por las noches.
Esta tarde, toca gimnasio. De lleno en la generación de los mileuristasy tribus urbanas afines.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Deberías tomarte algún tipo de pastilla, o mejor, comprarte un playstation. Estás teniendo unos pensamientos muy raros.
Seguro que no están experimentando contigo
Anónimo ha dicho que…
¿Quién eres, anónimo? No están experimentando conmigo que yo sepa, pero lo de las drogas... el agua de Roma es calcárea...

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