Revelaciones inesperadas


Algunas veces, toda una frase te hace ver una serie de cosas que antes no habías visto. De repente, sin previo aviso, sin transición. No siempre es malo, cuando sucede a tiempo, le acerca a uno a ese paraíso de los economistas que es la información perfecta. No siempre es bueno, porque a veces, no sucede a tiempo.
En cualquier caso, siempre es sorprendente.
No son frases normales: no es que alguien nos diga, por la mañana: me voy a comprar el periódico, y uno vea toda una dimensión que puede salvar el mundo de su destrucción inminente. Son frases peculiares, que se dicen en medio del discurso, pero que se distinguen como si estuvieran en otro color, o en otro tipo de letra... son pequeñas conexiones que van directas al subconsciente de la persona que las dice.
Soy buena interpretando, siempre lo fui. Y no sólo me gusta, sino que lo hago sin darme cuenta.
Eso sí es malo, porque entra en conflicto directo con mi manía de no ver las cosas (y consecuentemente, no reconocerlas). Y además, seamos sinceros, ya tengo mi bagaje (más o menos absurdo) de frases reveladoras (de cosas buenas y de cosas malas). El otro día estaba intentando escribir sobre "el miedo al otro" y por circunstancias que no vienen al caso aquí, lo logré.
El miedo del otro es una parte importante de las medidas de protección que garantizan una vida tranquila. O al menos, no demasiado movida. El problema, es que, al revés de la posibilidad de dormir tranquilamente y sin soñar, que no se desactiva nunca, el miedo del otro se va apagando hasta que se desactiva. La ley de Murphy nos dice que entonces será cuando pase todo aquello que no pasó cuando teníamos miedo.

No es como el miedo a la oscuridad, o como el miedo a las ratas, que tiene una forma definida... es más bien un miedo a no ser, a darse demasiado, a perder el sentido de por qué hacíamos algo antes, a cambiar nuestras costumbres lenta pero inexorablemente. El miedo de convertirnos en otro por otra persona, de forma que una relación no es una pareja, sino una multitud de personajes inventados. El miedo a perder la esencia por algo que, tal vez, no era lo que pensábamos. Esa angustia es, ni más ni menos, el miedo del otro.

En un alarde claramente relativista, diré que el miedo al otro no es malo, siempre y cuando no mine la confianza. El otro, en realidad, no hace nada, es uno mismo el que se pone burro y hace tonterías una detrás de otra hasta que se pierde completamente en un laberinto de sinsentidos. El miedo al otro es lo único que te hace conservar la cabeza mientras todos tus sentidos se empeñan en lo contrario.
Así que tal vez, una de esas frases reveladoras no son tan inoportunas, y sólo nos recuerdan que es difícil seguir siendo uno mismo mientras se cambia. Eso si, casi nunca caen bien.

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