Anatomía de una definición

¿Quién soy? ¿Dónde estoy yendo? ¿Por qué ha pasado lo que ha pasado?

No son preguntas extrañas; se las hace todo el mundo, a veces incluso sin darse cuenta.

Lo difícil no es hacérselas, señoras y señores, lo difícil es responderlas. Y una vez respondidas, tenerlas en cuenta como información esencial que son.


Generalmente la respuesta es el resultado de un proceso, no es que uno se pregunte algo tan trascendental y cinco minutos después, tenga uno la clave del universo: a veces, uno incluso busca la respuesta fuera de sí mismo (pero este no es el momento ni el lugar para hablar de religión). Lo más normal es que uno se vaya dando cuenta de cositas y cositas y un buen día, uno se da cuenta de que lo sabe.

Claro, no pasa siempre, porque a veces esas cositas pasan por delante de uno sin que uno, que está mirando otra cosa, se de cuenta. Estos últimos tiempos, ayudando a sistematizar partes de esta información, me he dado cuenta de cómo, por simetría, esa misma información se ordenaba en mi cabeza. Y, como casi todo cuando se entiende, al final, es una cosa muy sencilla: o se deja uno llevar por la corriente, o no. La mayor parte de las cosas son así, somos nosotros quienes las complicamos.

Ahora viene lo divertido, que es saber a qué grupo pertenece uno, y comprender de qué forma lo hace. Y veo, para mi dicha, que soy de las que no se dejan llevar por la corriente, aunque parezca que hasta aquí me haya traído una serie de conjunciones astrales muy afortunadas. Cómo hace uno las cosas para no dejarse llevar, ya es otra historia. Y toda otra clasificación...

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