Jornada de reflexión


Por más que lo intento, la realidad siempre me pilla desprevenida. Además, y lo que es peor, es la realidad de las cosas más absurdas. Y no será porque no intento fijarme en los pequeños detalles. O a lo mejor es precisamente por eso... siempre ha sido más capaz de recordar los pequeños detalles que las grandes historias.
Lo bueno de recordar los detalles y no las historias, es que siempre puedes repetir argumentos pero fijándote en nuevos detalles.
Lo malo, es que cuando la historia no te gustó la primera vez, caes sin darte cuenta otra vez. Y entonces, da igual los nuevos detalles que haya, porque nos los disfrutas.

Me gustaría mucho poder decir que las cosas han cambiado, pero me tengo que contentar con decir que están cambiando. Me gustaría mucho poder mirar en una bola de cristal y ver qué batallas puedo ganar y qué batallas he perdido antes de empezar. Me gustaría salir de este impasse en el que me he metido sin saber cómo.

Pero las cosas no pasan solas. Sólo pasan solas cuando uno no espera que pasen.
No estaba previsto. Nada. De nuevo no fue culpa de nadie, pero la consecuencia es que aquí estoy, escribiendo, como siempre. Esperando a que pase algo que no pasa, y deseando que otras cosas no hubieran pasado nunca.
Haciendo un ejercicio de pensamiento completamente absurdo, pensando en que un camino hacia atrás me podría llevar a no haber cruzado jamás aquella puerta. A no haber cambiado aquella cena por tanto tiempo de desconcierto. Tan lejos.
¿Cómo hago, que me las arreglo para que nadie me diga nunca lo que necesito oír?

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