Vive la France


Todo empezó por otro billete que me regalaron y que nadie aprovechó (ésa es otra historia y ya fue contada en otra ocasión). El cabreo y la nocturnidad de la Dispensadora de Drogas Legales hicieron que planearamos un viaje en el que sospecho que ninguna de las dos creíamos del todo (total, son veinte euros, si no podemos ir, no se hunde el mundo)... y como siempre, las cosas que no se planean, son las que mejor salen.
A Paris a pasar tres días, y a demostrar que es casi tan fácil como ir a Salamanca, pero con mucho más glamour.

Llegué desde Legio sin haber pegado ojo en el bus por la emoción (y la mala conciencia de no haberme leído algo que tenía que leer, pero eso es también otra historia y ésa no creo que sea contada en ninguna ocasión) y nos fuimos directas a tomar algo (sin alcohol, porque ya no hay quien huela ni una cerveza!) sin pasar por la entrada.
Así, sin querer la cosa, descubrimos el truco para deshacernos de los pesados que quieren ligar con una... ¿y dónde vas cuando cierren este garito? Pues mira, a París. Entre lecciones de francés sui generis y canciones de Sabina cantadas como contraataque a niños chillones, llegamos a la Ciudad de la Luz a las ocho de la mañana que en realidad eran todavía las ocho de la noche.
La primera visión del lugar, con Montmartre a contraluz al amanecer, casi dos horas después, desde un monumental atasco del que disfruté durmiendo todo lo que no había dormido antes. Seguramente la única vista a la que no le hice foto, pero que se quedará entre mis recuerdos... podría haber sido cualquier ciudad del mundo desperezándose ante una mañana de lunes, una aglomeración de personas que en su conjunto, resulta mágica a pesar de todos sus problemas. El amanecer siempre llega cargado de promesas.

El hotel, y éste es uno de sus dos méritos, estaba en el centro. En el exacto y cabal centro del mapa de metro de la almendra (porque el centro de París sí tiene forma de almendra, no como otras ciudades. Nota bene para los subnormales que aplican almendra como centro de una ciudad). Después de subir los escalones de la entrada, sufrir como la dueña del hotel (una extraña madame que hablaba un improbable español aprendido nada menos que en Orán) pasaba las tarjetas como Dios le daba a entender por la maquinita y asombrarnos por el hecho de que las escaleras contibuaban, llegamos a la habitación, que nos mostró el segundo mérito del hotel, que era que estaba limpio (contra todo pronóstico). Por lo demás, la mejor descripción del lugar era que parecía el escenario de una película de terror. Tanto, que si una de las noches me hubiera cruzado con un tipo cargando una sierra mecánica, sólo le habría dado las buenas noches. Eso, de haber reaccionado.

Corriendo, nos fuimos al Liufr, museo antes conocido como Louvre, dispuestas a verlo todo entero. Estábamos tan cansadas que aún hay discrepancias sobre si lo vimos todo o no... aunque la mejor aproximación es que vimos casi todo... aunque algunas cosas las vimos como sin querer. En el fondo, el Louvre es como las obras clásicas que decía mi queridoJardiel Poncela, son esas obras que todo el mundo tiene y nadie lee. El Louvre es ese museo en el que has estado, pero del que no has visto nada. Deberían prohibir los museos demasiado grandes... sería mucho mejor ver cada obra en un lugar del mundo... pero, delirios revolucionario-artísticos aparte, lo más molesto son las horas de japoneses armados con cámara y que cada diez minutos lo envuelven a uno. A pesar de las difcultades, los must, los visitamos y los observamos a conciencia.


Después de llenarnos la cabeza de arte, decidimos lavarla un poco y probar el único lugar que habían atinado a recomendarnos, una crêperie con auténticos crêpes en la que arreglamos un poco el mundo delante de una jarra de vino malo. Del aquella noche ha salido material para varias de mis decisiones, pero os dejo con la intriga. Con el cansancio, nuestros pasos se confundieron de destino y acabamos en l'Ile de la Citè, maravilladas ante la serenidad de Nôtre Dame (y buscando al jorobado, pero con el frío que hacía, pues claro, no salió) y la iluminación peculiar de la distante Tour Eiffel. Con tanta maravilla, no atinamos a hacerle una foto como está mandado... pero a cambio, la Dispensadora de Drogas Legales demostró el callo que le ha salido a base de hacer guardias empujando con la mano abierta a un chulo de banlieu (que después debió irse a quemar coches a su casa, pero eso son sólo suposiciones, porque no nos dió información de a dónde se iba).
Para ahogar nuestras penas, nos fuimos al quartier latin, donde acabamos en un antro francés más no se puede, con una mujer que hacía gorgoritos a los Edith Piaf y donde nos clavaron por dos copas, cuyo efecto benéfico nos duró hasta la puerta del hotel (y se agradeció, dadas las bajísimas temperaturas). Nos metimos en la cama dispuestas a levantarnos a las 7:30 de la mañana para aprovechar el día.

Convenientemente apagado el despertador, amanecimos a las diez con ganas de aprovechar el pase de museos y descubriendo un día nublado y tristón. Después de desayunar y discutir un poco sobre inmigración y los designios de Sarko, nos fuimos a examinar atentamente Nuestra Señora de Paris, a comprobar cómo de bien documentado estaba Víctor Hugo en su día. Como millones de turistas al año, nos vimos defraudadas por la ausencia del jorobado, y las gárgolas tampoco nos dijeron ni mu. Tras esta profunda decepción (y comprobando que debido a la niebla no se veía más que la mitad de la Tour), nos fuimos a la Sainte Chapelle, donde elaboramos una interesante teoría sobre Paris, y es que la proporción de tíos buenos no es normal. El por qué se nos escapa, pero es un hecho.
En la cola nos maltrató un tipo con complejos (aunque nada que ver con el argentino que purgaba traumas de la infancia en la cola de Nôtre Dame), y después de entrar, nos examinaron dos agentes de las fuerzas de seguridad de esos que dan ganas de decir: ¿seguro que no quieres examinar nada más, chatín? En lugar de tan invitante frase, mi querida Dispensadora Drogas Legales lo que le dijo al tipazo que la examinaba fue: EIN? Horas más tarde, ella misma reconocería que siguió un desafortunado primer instinto... porque a ver, si uno dice eso, ¿qué espera? Pues que le repitan lo mismo, tal vez más deprisa, no? En cualquier caso, después de decirle entre dientes: es el cinturón lo que pita, guapa, ya no me quedaron ganas de preguntarles a los monumentos vivientes a qué hora acababan el turno, y nos conformamos con ver el monumento oficial que ibamos a ver. Y menudo monumento, la Santa Capilla... con unas excelentes explicaciones que nos permitieron saber que algunas de las vidrieras están mal colocadas... cosas de las Revoluciones.

En nuestro itinererio, siguió el único punto negro del viaje, porque el Museo del Cluny tenía la llave echada... así que me quedo sin ver La Dame a la Licorne... a ver si a la tercera va la vencida.
Después, al Musee d'Orsay, donde nuestra técnica de las visitas con recorrido prefijado se demostró altamente eficaz. Claro, que Orsay no es tan enorme... aún así, vimos impresionistas y preimpresionistas que nos encandilaron por diversas razones, y no vimos la mitad de los Van Gogh porque no estaban. Además, en la tradición francesa, no habían dejado una nota para decir dónde iban y cuando volverían... así que otra razón para volver.
Ignorando el cansancio como jabatas que somos, nos fuimos al barrio de Amèlie, a hacernos fotos en el Moulin Rouge y a cenar pâté mientras veíamos pasar ejemplares de nuestra teoría (Nota bene: buscar trabajo en París). Tras haber conseguido la famosa foto de la Tour Eiffel, nos arrastramos hasta el hotel (sin ver al tío de la sierra al llegar).

Con el segundo vano intento de madrugar, empezó el último día de viaje, lloviendo a cántaros... desyunamos el consabido cafè au lait et croissant y con coraje, nos olvidamos de la lluvia y nos fuimos a ver lo que nos habíamos propuesto... Como la suerte se apiada de los valientes, a la hora había dejado de llover y no acabamos el día como sopas. Vimos joyerías en la Place Vendôme, la cúpula de las galerías Lafayette, comimos en un Quick en los Champs Elysées, buscamos al niño de los cojoncillos al aire (según nuestra guía, Aleixandre dixit) en el Arco del Triunfo (harto difícil, porque están todos en pelotas) y por fin, nos fuimos a hacer veinte mil fotos a la torre Eiffel.
Lamentablemente, no todas las fotos fueron afortunadas...

Derrotadas, recogimos nuestras mochilas, nos despedimos de la señora del hotel prometiendo llamarla la próxima vez que vayamos a París (para preguntarle por los detectores de humo con los que nos amenazó si fumábamos en la habitación, porque es que no los encontramos para hacer saltar la alarma y que vinieran los bomberos (que deben ser para desmayarse, vista la media de belleza masculina de la ciudad)), y nos fuimos al aeropuerto vestidas de caracol, rumbo a la Capital del Mundo.
Tres días tremendamente intensos pues...

Conclusiones:
- Hay que volver a París a hacer un montón de cosas que se nos han quedado en el tintero.
- Billete de low cost, 20 €; hotel de película de terror detrás del Lufr, 30 €; pase de museos de dos días, 30 €; trescienta mil autofotos de las que sólo dos no dan lástima, no tiene precio. Dentro de cinco mil años las encontrarán y llegarán a conclusiones erróneas sobre nuestra civilización.
- El elevado número de tíos buenos por metro cuadrado es un hecho científico sin ninguna explicación confirmada, a pesar de que existen numerosas tendencias y posturas doctrinales. La más plausible hasta el momento es la dieta a base de baguette y queso, pero el hecho amerita una investigación más en profundidad (a ser posible, con conejillos de indias autóctonos).

París en cifras:
- Kilómetros caminados: por lo menos diez mil.
- Croissant ingeridos: no suficientes como para sentirse culpable después del turrón de Navidad.
- Tíos buenos fichados: buff.
- Autofotos: Doce mil. Aprovechables, dos.
- Hoteles descartados en próximas visitas: uno.


Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Estupendo el reportaje de Paris
Anónimo ha dicho que…
Estupendo el reportaje de Paris

Entradas populares de este blog

Amistad, friendship, amitié, freundschaft, amicizia...

Una semana más

Viajando