Presagios y sorpresas

Uff, después de dos meses y pico, por fin puedo decirlo... En Madrid, he estado el finde pasado... que no es que sea una cosa tan sumamente especial (bueno, para quien es de allí, sí que lo es, Madrí, Madrí, Madrí), pero es que era un secreto!!! Bueno, un secreto a voces, porque lo sabíais todos menos mis cándidos progenitores, que han estado recibiendo extrañas llamadas preguntandoles a todas horas por sus planes inmediatos, sin sospechar nada. Está claro que el instinto maternal disminuye de forma inversamente proporcional a la distancia...
El caso es que a pesar de mis presentimientos (nada que ver con las juergas cibernéticas de mi hermanísimo: juas!!! cuando llegues a León no están!!!), el finde ha sido bastante ovaladito, si no redondo...
El jueves por la noche, puesta al día con las amigüitas, tras comprobación del nuevo cochazo (en el sentido literal de la palabra) de mi excompi de piso. El viernes, después de dormir como una campeona ocho horas dspués de una semana con una media de tres horas, pasé una mañana de reencuentros (el primero de ellos con el metrosur, qué diferencia con el metro de Roma, y qué mal sienta pagar el billete), una comida de puesta al día con mi muy mejor amigo y tarde de compras, para compensar la mañana (en sentido anímico, entiéndase). Uséase que se queda uno morriñoso después de pasar por un lugar con tan felices recuerdos, pero luego lo compensa comprobando que la ropa te vale con una talla menos de lo esperado (aunque por otro lado es lo peor, porque en el arranque de optimismo, se compra una más de lo que pensaba, en fins...). De paso que íbamos de compras, fuimos a ver la casa de mi niña farmacéutica, que ya tiene puerta, aunque no tiene paredes, y tiene una caseta de obra en el jardín... pero y lo bonita que es??!
Ay, que me agobio, todos mis amigos tienen ya piso, sobrino o las dos cosas. Leñe! Que estoy haciendo con mi vida?
Bueno, el sábado mis malos presentimientos me despertaron a las siete (o las seis, porque mi reloj iba mal) de la mañana (y no, no fueron los nuevos vecinos dando gritos) para llevarme a la terraza a comprobar los primeros rayos de sol y el fresco de la mañana... Cuánto hace que no veía un amanecer.... cómo lo echaba de menos. Momento de reflexión, que como casi todos mis momentos de reflexión, tuvo consecuencias desestabilizadoras de mi ánimo.
Pero the show must go on, había en perspectiva una fiesta fistuqui de las que invaden todo el día a base de múltiples llamadas de teléfono, compras de miles de cosas de comida, preparaciones varias (menos mal que estaba todo bueno, aunque para variar, sobra comida hasta la semana de después), y noche de juerga parda hasta las seis de la mañana. Y eso que yo quería irme de empalmada a León, pero no pudo ser. El caso es que la fiesta guay, con más puestas al día, confesiones, estreno de vestidos y sandalias vertiginosas, coñas varias, fotos discretas e indiscretas, impresiones y desimpresiones... una buena fiesta, aunque mis intentos por variar el número de invitados fueron nulos y cenamos trece (el caso es que no me dí cuenta de quien fue el primero en levantarse, aunque igual no se cumple la superstición si no estábamos sentados a la mesa...)
El domingo por la mañana, reaccioné como pude al despertador y salí correteando (que no corriendo) para la estación de autobuses a coger el de León de las 9:30. Inocente de mi, pensé que habría plazas, quién va a León a esas horas? Pues todo el mundo, porque estaba lleno. Le debí poner cara de acelga a la chica de Alsa cuando me dijo que el próximo era a las 14:30... así que correteando de nuevo (todavía menos, porque ya tenía dos heridas en los pies, cortesía de las megasandalias de precio variable de 2 a 4 euros), me fui a Atocha a ver si en el tren me hacían un hueco, y tanto que me lo hicieron... fui dormida la primera mitad del viaje, hasta que el Palencia subieron unos niñatos con el altavoz demasiado alto y me desvelé (cosa que aproveché para terminar de leer El castillo de Otranto, qué libro)...
A las cuatro de la tarde, las cuatro, León estaba desierto (desierto es decir poco) y me costó al menos diez minutos encontrar un taxi (gracias a la ayuda solidaria de una señora que se había pispado del asunto de la sorpresa por mis conversaciones telefónicas con los comandos espía de los movimientos de mis padres).
Con los nervios agarrados en el estómago como quien tiene los nardos apoyaos en la cadera, llegué a la casa paterna y ma baje del taxi. Soné el telefonillo y cuando contestó mi padre, le dije:
-Soy un conguito.
Y mi padre, sorprendentemente, me abrió!!! Lo que no es sorprendente, porque menuda vocecita de angel debía llevar yo....
Subí en el ascensor, toqué el timbre de la puerta, y mi padre me abrió simultáneamente la puerta y muchísimo los ojos! Después, sin necesidad de tortura, confesaría que lo primero que pensó fue que me habían echado (a ver, con este expediente que tiene una, que la echan de todas partes...). Mi madre salió de la habitación, medio dormida, y se echó las manos a la cabeza. Dió al menos tres o cuatro pasos antes de hablar... después, también sin necesidad de tortura, confesó que estaba considerando la posibilidad de que fuera un sueño, visto que estaba medio dormida, y que me reconoció por el sombrero (????? a esto no tiene todavía nadie una explicación, aunque es probable que al uapero J se le ocurra algo). Después de una rato de emociones y cantos folklóricos varios, llamaron unos amigos de mis papás, y nos fuimos todos de excursión a la montaña. Más bonitooooooo, imaginad, yo me moría de sueño, y aún así era todo precioso!
El lunes, después de completar el abandono de la ropa de invierno, emprendimos de nuevo la vuelta a Madrid, esta vez a casa de mis niños, pero siempre con la agenda estresante.
Por la noche, nos reunimos todos en cierto restaurante del centro, donde nos separaron en dos mesas e intentaron maltratarnos verbalmente en un par de ocasiones... pero fue agradable, en general.
El martes, de nuevo ronda de despedidas, unas por teléfono y otras en persona (sniff), entre las que procedí a la recogida del título (qué raro tenerlo en las manos) y la beca (esa también qué raro), y después de una comida casera, viaje de nuevo con rumbo a la ciudad eterna, con trámite intermedio en la T4, que es preciosa, pero está en el fin del mundo!
Y a partir de ahí, sólo puedo decir que el viaje de vuelta hace que aprecie más mi vida actual, y ha determinado que a la vuelta (que ya me han fijado para el 29 de septiembre) vuele a Madrid y no a León directamente. Hasta el señor que iba a mi lado intentó tranquilizarme, debía ir yo más pálida de lo normal...
Cuando llegué a casa, dejás las cosas por ahi, y al día siguiente procedí a limpiar y a redecorar mi vida... pero es otra historia, y debe ser contada en otra ocasión.

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