La azafata que cambió mi vida


Todo presagiaba que aquel vuelo sería diferente a a todos los demás, pero nunca imaginé que lo sería tanto. Y después de esta frase lapidaria, de esas que me gustan para abrir, me encuentro con que no puedo describir con palabras (sobre todo porque este teclado inalámbrico está empeñado en impedirlo) a aquella mujer que fue nuestra azafata en el vuelo Guate Panamá. A partir de ahora, cuando alguien se dedique a criticar a Iberia, cerraré los ojos y pensaré: Lowenstein...
La cosa empezaba bien, porque más que un avión, aquello parecía un bus del colegio, estábamos media cooperación juntos en el mismo vuelo, con lo cual se prometían desfiles pasilleros que al final no tuvieron lugar debido a la diferencia de clases (eso me pasa por volar con billetes cutres)... pero para compensar, los abandonados al final del avión conocimos a la azafata de nuestros sueños, que nos trajo de beber incluso aunque no había qué. Si la hubiera conocido de niña, habría pensado que era un hada. Un poco sui generis, pero un hada.
Era, como en los buenos mitos, rubia, alta, grácil y con los ojos grandes y azules. A pesar de su aspecto de Isolda, muy vivaracha y muy española. Imposible describir sin mancillar su recuerdo, así que me limitaré a decir que nos amenizó tremendamente dos horas de vuelo con una improbable historia de padres alcoholizados y voladores (toda una familia consagrada al servicio aéreo), gemelos dispares (él, un osito, ella, una perra del infierno...), criadas filipinas, vuelos nocturnos, sobrecargos absorbedores de energía y demás historias surrealistas. En realidad, estoy convencida de que no era una azafata de verdad (tampoco auxiliar de vuelo, ni ningún otro cargo que se hayan inventado últimamente)... y he de decir que lo que más me llamó la atención fue cuando, con un impecable estilo de tenista elegantísima (que para sí lo quisiera la Kurnikova) le dió un revés verbal al tipo pesadísimo que se había pegado como lapa a nuestra conversación a tres. Ése piropo debe ser de otros tiempos, chato, dijo echándome una mirada cómplice (a la que yo respondí poniendo los ojos en blanco)... y es que los hombres se vuelven lelos (más de la cuenta) cuando una rubia guapa les hace caso, aunque la rubia en cuestión tenga unos gemelos de ocho meses que le llamen mamá a la filipina.

Después, diez horas de sueño Panamá-Madrid que hacen dudar de lo acaecido en el vuelo anterior... y que dejan un dolor de cuello que recuerda durante varios días que uno no ha volado con businés (no como otros, que sí lo han hecho... ejem), y aquella rubia deja con la duda de si de verdad era azafata... estoy segura de que la veremos en alguna película haciendo de idem.

Y al final, el objetivo del viaje, las navidades (así con minúscula, que con mayúscula sólo hay una) en la piel de toro, pasando a carreras por Madrid y viendo lo grande que está la monilla (nota bene: propósito para el año que viene: hacer pesas para poderla levantar en el aire) para venir corriendo (en sentido figurado... casi) a León a cuidar a Filomenita que la han operado de la basílica. Estamos ensayando para que cuando yo me vuelva al país de la eterna primavera, se quede dando volteretas por el suelo del pasillo.

Me pregunto si la señorita M.R. estará en mi avión de vuelta.

P.S:
¡FELIZ NAVIDAD!

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