Los duendes del aluminio de las ventanas

¿Por qué sigo pensando en tí, después de que cumplieras todas tus promesas? Si ya no te puedo acusar de nada, si mis males son todos culpa exclusivamente mía, ¿por qué sigues aquí conmigo, mientras intento odiarte y descubro que, simplemente, soy incapaz de hacerlo? Debería seguir y dejarte atrás. Pero siempre tengo miedo de cerrar los ojos y que estés allí, y de que las cosas que contaba tu voz, me rodeen, aún sabiendo que no son reales. ¿Tanto me marcaste que no soy capaz de perdonártelo? Pregunta tras pregunta, y todas se quedan flotando en el aire, sin respuesta.
¿Qué fue de lo que construiste para mí? ¿Dónde se fue? ¿Contigo? Estoy segura de que no me recuerdas, igual que yo ya no te recuerdo, pero sigo buscándote en cada mirada, en cada piel, en cada gesto, en todos los sitios donde sé que no estás, evitando deliberadamente encontrarte. Para no tener que decirme, mientras te miro a los ojos, que cumpliste tu parte del trato.
Tal vez me equivoco, y todas aquellas palabras encantadas están dentro de algún círculo de fuego para mí desconocido, protegidas, y conservan todo su brillo y su fuerza... con ellas, sea lo que sea lo que les suceda, está una parte de mi alma. Aquella parte que dejé marchar mientras el sol que salía iluminaba todo y me sumía en tinieblas, y me condenaba a pensarte sin tenerte nunca.
Cuando la desesperación no me inunda, pienso en ese improbable círculo, donde la noche continuó, el sol nunca hizo que brillasen nuestros ojos como ascuas y donde sigo escuchando tu voz mientras me hablas de las vidas ajenas que has vivido. Donde la vulgaridad de la mañana nunca llegó y donde aún nos recordamos perfectamente el uno al otro.

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