México lindo: ¿a cuánto el kilo de mariachi?


De verdad echaba de menos estos viajes relámpago de fin de semana que te sacan de la rutina y te despiertan la imaginación. Sólo hacer la maleta corriendo el día de antes y volver el domingo como si volvieras de otra dimensión.
He añadido otra ciudad a la lista de lugares-en-los-que-podría-vivir, después de solo dos días de paseos por las calles de la ciudad más grande del mundo. Una ciudad inmensa que sólo a ratos pierde la noción de las personas que viven dentro. Una ciudad de un tamaño inimaginable, pero de proporciones humanas. Y, curiosamente, con muchas reminiscencias de mi querido Madrid (salvos los detalles, y no sólo gracias a la copia de la Cibeles que observa entre jacarandás un tráfico muy diferente al de su hermana mayor).
Y en el fondo de la memoria, aquel tipo que en la entrevista del ICEX me preguntó: y tú prefieres ser comex en Roma, o macro en México? Hm, who knows.

Sólo tres días que han parecido mucho más, por lo intensos, aunque claro, se quedan muchas cosas pendientes (jo, qué lata, hay que volver!): el Museo de Murales de Diego Rivera y el Zócalo en toda su inmensidad, porque como ahora está esta exposición, pues está medio ocupado.
Y sobre todo, disfrutar de la enorme oferta de actividades (aunque no se tenga tiempo), de poder dar un paseo por la noche y no considerar si hay que ir en taxi al bar, de música un paso más allá de reggaeton, de tomar expresso de verdad y no agua de calcetín en taza pequeña... de esas pequeñas cosas que uno no echa de menos conscientemente (porque si uno se pusiera a hacer la lista, sería demasiado larga)...

Llegamos el jueves por la noche, y salimos directamente a probar comida mexicana (y después la bebida!), andando hasta el lugar, para nuestro deleite, y observando a la gente andar por la calle en la noche, tranquilamente. Tras una noche de merecido descanso, el viernes nos preparamos para hacer un recorrido a pie. A pesar de que la cosa no empezó bien, sino con dos turistas caminando casi una hora en dirección contraria a la que querían, el recorrido salió bien, y llegamos hasta el Bosque de Chapultepec, previo paso por la Reforma (que allí también hay)
y la Zona Rosa para después irnos (buenísima señaliación, las paradas están identificadas con dibujitos!!) en metro a echarle un ojo a la catedral, al Zócalo y al Palacio Nacional, buscando murales de Rivera. Tras quince horas caminando, pasamos por casa para una breve ducha y cena a la española en un italiano (es decir, discusiones bizantinas incluidas) y más investigación de la noche del DF.
El sábado investigamos los pueblecitos que antes eran pueblecitos y ahora son piezas de la tremenda ciudad, y nos fuimos al mercado de San Ángel, llena de artesanos y artistas, y a Coyoacán, donde vimos la casa de Frida Kahlo (con una audioguía surrealista!) y comimos churros (). La noche del sábado incluyó espectáculo mexicano folklórico (que viene a ser el equivalente de un tablado flamenco para guiris, pero que nos gustó mucho, y más de uno descubrió su vocación frustrada de vaquero de rodeo) y otro de otra índole que comentaré en próximos posts. Mientras ibamos a terminar nuestras investigaciones sobre la noche mexicana en otros lares, intentamos contar los mariachis que esperan a que alguien los alquile para un sarao.
Oiga, ¿a cuánto el kilo de mariachi?
Y hoy domingo, con todo el dolor de nuestro corazón, hemos cogido el avión de vuelta, despidiéndonos de una ciudad que tiene un extraño aire familiar. 25º en Ciudad de Guatemala y los volcanes despejados.
Hm, pues el smog no era tan malo...

Las cifras del viaje:
- Minutos andados en balde (debido a circunstancias diversas de lectura de mapas y malas previsiones de la dirección de tráfico): casi dos horas.
- Palomas consumidas: uff.
- Anfitriones que han trabajo el finde que íbamos de visita: demasiados!!!
- Sombreros de mariachi adquiridos. ninguno, me he resistido.

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