Lilith, Fitipadi Lilith


Hay días en los que las ideas caen desordenadas como gotas de lluvia. Días en que a pesar de tener miles de cosas que decir, es simplemente más fácil decírselas a uno mismo, como una nana infinita. Días en los que el espejo no devuelve la propia mirada, sino la mirada de otro que se parece extrañamente a uno mismo. Pero no obstante, quien nos mira desde ahí dentro, tiene pinta de ser agradable... o al menos después de estar dispuesto a escuchar.

Esta semana han pasado muchas cosas. Muchas, muchísimas cosas, grandes, pequeñas y medianas, todas ellas importantes. Y ahora, que me cuento a mi misma las cosas que han pasado esta semana, me doy cuenta de que estoy cada vez un paso más lejos de donde estaba, aunque no esté andando. Es como ir en una cinta mecánica interminable, de las de los aeropuertos. Sólo que en vez de ver pasar anuncios a los lados, o puertas de embarque, veo pasar otras cosas, como sombras inciertas que me inspiran curiosidad. Pero no puedo salirme de la cinta, porque sé que me perderé... Sin embargo, la curiosidad es tan grande que sospecho que un día acabaré haciendolo.

No sé por qué orden empezar a describir, porque este es uno de esos días en que me estoy hablando a mi misma, que me entiendo en orden lógico aunque el discurso no tenga lógica. Pero el desorden, como siempre le digo a Filomenita, no es malo, es sólo desorden. No tiene la culpa de que las personas no lo entendamos.
Pero empecemos por lo más útil. ¡¡Y es que ya tengo ruedas!! El lunes estoy tentada de hacer un anuncio público en el periódico, para avisar a los pobres guatemaltecos de la que se les viene encima, pero después de haber circulado un poco por aquí, creo que les iba a dar igual. Con un poco de... digamoslo, sin ambajes, con un poco de miedo, agarré el coche en plena hora punta el viernes por la tarde y lo llevé de ida con una amiga y de vuelta yo sola sin causar ningún accidente. Es más, por la noche lo saqué de nuevo, y tampoco causé ningún accidente. Y es aún más, esta mañana he vuelto a pasearlo y ya hasta tengo el truco de la plaza de parking (que mira que es mala, leñe). Lo mejor es poder olvidarse de los taxis amarillos y las largas y absurdas esperas... y que cuando se me ocurra ir a alguna parte, puedo ir a la hora que sea. Y todas esas pequeñas cosas que no apreciais los que teneis coche hace más de tres días.
Todavía no le he puesto nombre, pero en cuanto aprenda (él, porque a mi se me da estupendamente) a arrancar en segunda, se lo pongo.

Además, tengo compañera de piso. Es bueno saber que la habitación sin amueblar ahora está amueblada. Me daba siempre pena ver cerrada la puerta del ala suroeste. Y hemos llegado a un acuerdo acerca de días de español-días de inglés, así que por fin voy a aprender cosas tan interesantes como cómo se dice la manija de la puerta en inglés (Nota bene: preguntarle).

Y además, tengo proyecto. Esta semana nos encerraremos a hacer la planificación anual, y eso significa que vamos a debatir por tercera vez mi puesto en la oficina. Y esta vez pienso colaborar, porque estoy cansada de contestar dando rodeos cuando alguien me pregunta: pero, exactamente, qué haces? Y es que es lo malo que tiene valer igual para un roto que para un descosido.

Y esas pequeñas cosas que te alegran la vida, como juntarse con las amigas a tomar una crepe de chocolate (que al final fue una pizza, más una crepe, pero un día es un día), y no sólo descubrir el secreto de la terapia de grupo, sino además llorar de risa haciendo el mapamundi.
Y luego, esas otras aún más pequeñas cosas, como un baño caliente cuando estás muerta de cansancio, una comida en la terraza al solecito (o al reflejo del solecito en el edificio de enfrente), esa película tranquila una noche, esas risas en clase de francés.

¿Por qué será que cuando algo empieza a ir bien, es seguido por el resto de cosas, y viceversa?
Pero cuando se me ocurren estas cosas, incluso en días como hoy, de monólogo interior, sigo mi consejo práctico número 3.411: no preguntes por las cosas buenas, pregunta por las malas.
Perspectivas: una semana de encierro y de ir a clase de français en coche (sisisisi!), un fin de semana en Monterrico a como de lugar, y... un finde en el DF!!! (y en segundo plano, bellísimos planes de ir a Belice si Mi archiquerida S puede confirmar la fecha).


Y en el fondo, igual que a los bizcochos se les pone una pizquita de sal para que el azúcar endulce más, el pensamiento sordo de que la necesidad de compartir las cosas con alguien en particular se atenúa, pero siempre menos de lo que yo querría. Y cuando pienso en lo que me habrías dicho, siento que hemos perdido demasiado.
Bueno, he perdido demasiado.
Bueno, no lo sé.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
me uno a tu alegria, yo tambien soy autonoma, yaaaaaaaa puedo conducir, comprendo tu ansia de independencia automovilistica,te felicito muchooooooooooooo
GASOFIN ha dicho que…
Enhorabuena!!

Bienvenida al club de "los motorizados" ;-) Eso sí, recuerda que el coche es más que una máquina...Qué tal palabra a-m-i-g-o ? Bueno, a disfrutarlo, esperamos fotos

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