Los gatos de la base

Si, si, escribo poco, lo sé. En los últimos dos meses he bajado la media de entradas de dos o tres por semana a dos al mes! Lo sé, lo sé. Y soy la primera que se lo reprocha.
No tengo internet siempre; cuando tengo internet, tengo mucho trabajo, cuando tengo internet y tiempo, no tengo inspiración, y vuelta a empezar, cuando tengo inspiración, no tengo cómo escribir, aunque un alma particularmente caritativa me ha buscado un quaderno (si, así, con q) para que escriba.
Por que no es por falta de material.
Esto es una mezcla entre una película de acción (de esas que sale PMA), las mil y una noches y las historias de la mili que contaba mi padre. Imaginad el ponche.
Una película de acción: porque el trabajo tiene el mismo ritmo de siempre, sólo que trabajo en varios idiomas, no como en tierras mayas. Nada comparable a la adrenalina de llevar los land cruisers, aunque esté mal que yo lo diga. Pero es que cualquier otra cosa, se queda atascada en la arena.
Las mil y una noches de puestas de sol, gatos, arena y músicas hipnotizantes que me llenan las orejas.
Las historias que contaba mi padre; surrealismo sin límites (y un pensamiento colateral: qué me lleva a mí, niña de familia bien, educada de pago, en un mundo ordenado, a buscar el surrealismo por doquier? No sé, pero la vida tiene que ser algo más que sólo el camino escrito...).

Os pongo un ejemplo que mezcla las dos últimas:

Érase una vez que se era una base humanitaria donde vivían tantos gatos como personas. O más, tal vez. Los gatos iban y venían de día y de noche, por la base y alrededores, y algunos hasta estaban empezando a hablar. Había manadas de gatos corriendo libres por la cancha de volley playa (la arena está ahí, el mar hace mucho que se fue a la costa).

El día que el jefe de la base encendió el ordenador y se encontró con que en vez de un ratón, tenía un gato, decidió acabar con la cosa.

Después de sacudir al micho (inciso, micho es palabra de origen árabe para gato, de raíz latina, mucho más inquietante) sin ninguna compasión, salió a la puerta de la tienda oficina y llamó a todo el mundo. Como no encontró al pregonero (papel repartido entre todos los miembros de una comunidad tan pequeña como cotilleadora), hizo un anuncio él mismo:

- Se hace saber que tenemos un problema de gatos (a lo que todo el mundo asintió; algunos, para quitarse los gatos que tenían por sombrero). Para solucionarlo, propongo que los atrapemos a todos, y los echemos de la base.

Todo el mundo asintió otra vez y echó mano del gato que tenía más cerca, con intención de expulsarlo del terreno neutral y humanitario de la base. Pero los gatos, al revés que las personas, no se vuelven tontos cuando estan en grupos grandes, así que salieron corriendo y se escondieron debajo de las tiendas, donde los pobres humanos no podían cazarlos.

El jefe se sentó en los escalones de la tienda-oficina a pensar, mientras un gato gordo y rayado le mordisqueaba los dedos gordos de los pies. Y en eso estaban jefe y gato cuando se acercó uno de los condutores, que había estado callado durante la corta arenga y subsiguiente remolino.

- Jefe, yo puedo acabar con los gatos, si me pagais 100 dinares por cabeza.

El jefe miró a los ojos del conductor y no se encontró con un gaticida, sino con un tipo más bien bajito y pacífico, y se dijo que no tenía nada que perder, así que consintió.

Al día siguiente, el conductor se presentó ante el jefe con un saco lleno de gatos que se retorcían y maullaban. Efectivamente, el jefe miró alrededor, y efectivamente, distinguió la arena del suelo.
- ¿Cómo lo has hecho?
- Lo siento, secreto profesional, pero necesito que me pague.
- De acuerdo - dijo el jefe, mientras hacía honor a su palabra.
El conductor cargó los gatos en el cajón de su pickup y se fue a descargarlos a algún lugar remoto del desierto (en esta historia ningún animal fue maltratado ni muerto violentamente más allá de haberlo metido en un saco y soltado a seis o siete kilómetros de la base).

El jefe salió a disfrutar de la tranquilidad de la base sin maullidos, y se encontró con los demás empleados que hacían lo propio, mientras contaban dinero en sus manos...
- De dónde ha salido ese dinero - les preguntó.
- Ah, el conductor nos ha pagado 50 dinares por cada gato que atrapáramos, y hemos estado toda la noche cazándolos...

El jefe volvió a la tienda-oficina a mesarse los cabellos, pero nunca le dijo nada al conductor. Ni siquiera cuando una plaga de ratones invadió la cocina y hubo que volver a traer un par de gatos que los liquidaran... pero es otra historia, y deberá ser contada en otra ocasión.

Comentarios

Unknown ha dicho que…
Buenísimo lo de los gatos. No veas lo que me he reído. ja,ja,ja ¡vaya numerito!
Carlos ha dicho que…
Me quedo con la duda de si en las noches del desierto, todos los gatos siguen siendo pardos.

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