Nueve minutos


Salgo de la oficina y está lloviendo... bueno, chispea, pero de esa manera insistente e invernal, las gotas están frías, las noto en la cara mientras cruzo el miniparking hasta llegar al taxi amarillo que me está esperando. Cuando el taxista ve que soy yo la que va hacia el taxi, arranca y se acerca despacio hacia mi, con la sana intención de que me moje menos. Tarde, campeón, podías haber aparcado dentro, aunque ya da igual. Tampoco me importa mojarme un poco, este año casi no he tenido invierno...

Me siento y le digo mi dirección, despacito, para que no se líe con mi acento y los números. Ya he aprendido a hablar despacio, porque el español es suficientemente distinto como para que algunas veces no nos entendamos al hablar. Estamos en marcha, por la trece calle abajo. Pero de repente, ya no estoy en Guatemala... los coches bajo la lluvia son iguales en todas partes, en todos sitios, los faros que iluminan las gotas de lluvia que les caen delante. Mientras el taxi avanza, disfrutando de las avenidas vacías de tráfico ya pasada la hora punta, yo miro por la ventanilla pero no veo las calles con sus aceras extrañamente torcidas... el ruido de los limpiaparabrisas me lleva a una noche muy parecida a esta, pero muy lejos. El silencio dentro del coche y el ruido fuera, las luces rojas y blancas q ue se reflejan en el agua, y las gotas de agua iluminadas por los faros. Recuerdo un trayecto en estas mismas circunstancias, puedo recordar el silencio dentro del coche y el ajetreo de la Gran Vía fuera, con millones de luces blancas, rojas, amarillas, y el ruido de los limpiaparabrisas. Es aquel Citröen de color tomate, que subía cuando lo arrancabas... debe ser Navidad, porque fuera la gente está más ajetreada de lo normal... incluso hay más luces de lo normal. El pavimento mojado es igual en todos sitios... y las mismas gotas que tienen su instante de gloria delante de los faros...

La voz del taxista me saca de mis pensamientos:
-¿Tiene 25 quetzales sueltos, seño?
- Hm... creo que sí.




Sólo hemos tardado nueve minutos en el trayecto, pero yo he recorrido estos quincemil kilómetros que me separan de tantas cosas.

Comentarios

kika... ha dicho que…
Qué post más bonito. Me ha encantado (creo que es porque adoro conducir bajo la lluvia).

Besos y magia,
K
Lilith ha dicho que…
Gracias!
Veo que has vuelto.
Anónimo ha dicho que…
Qué gracia, "seño" ;-) : nunca me había parado a pensar que los coches (taxis) envueltos por la lluvia son un microcosmos idéntico en todo el planeta (bueno, esto puede variar según la conversación que te dé el taxista).

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