A veces

A veces no hacemos cosas para que los demás no sepan que queremos hacerlas. La insincerdidad y la desesperanza, ¿qué nos empuja? La superioridad de controlar todos los impulsos a toda costa, de negar la propia esencia. La tristeza de pensar en las cosas que no se hicieron nunca por una buena causa. La melancolía de preguntarse qué hubiera sucedido si se hubieran hecho entonces.
No te preocupes, no estoy pensando en tí mientras escribo estas palabras. En realidad estoy pensando en mí, y en cuántas veces me he equivocado, me he perdido a mi misma cuando decidía. Cuántas cosas que podría haber cambiado siguen ahí, in eternis.
Miro el santuario y me digo, está todo hecho. La traición se ha instalado en mi alma, las ganas de abrir las alas y desaparecer son cad vez más fuertes. Me pregunto si alguna vez tendré razón suficiente para quedarme en alguna parte. Las cosas siempre son más bellas cuando se extrañan. No hacemos cosas para que los demás no sepan que queremos hacerlas... o porque si las hiciéramos, perderían el discreto encanto de la sugerencia. Qué estúpida maldición humana es la imaginación. Me pierdo en tus miradas y en tus gestos. Y cada vez que sucede, oigo las horas, los minutos, los segundos transcurrir a mi alrededor, y me pregunto cuánto tiempo durará la presión esta vez, hasta que desaparezca, me encuentre en otro lugar, y pueda recordar esas miradas y esos gestos con la dulce añoranza de lo que pudo ser y no fue. ¿Serán acaso tus gestos y tus miradas más bellos, más profundos y más humanos cuando los eche de menos? No te preocupes, no estoy pensando en tí mientras escribo estos, estoy pensando en mí, y en mi incurable adicción a la melancolía.

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