Días y días

A veces con el tiempo lo que aprendes es que todos los días pasan. Incluso a la misma velocidad, aunque a veces no lo parezca. Incluso aunque cuando estés dentro del momento, te parezca que se estira como un chicle y se espesa, como si se volviera mermelada. 

Es un consuelo con los días malos: te puedes agarrar a que hoy también pasará, y mañana será otro día, y las cosas serán mejores, o peores, o iguales, pero yo tendré más energía, porque será mañana.  

En los días buenos, es una especie de nostalgia antes de que se acaben, porque el día no se ha acabado y tú ya sabes que se está escapando entre tus dedos; cada minuto pasa con sus sesenta segundos, y ya no volverá más. Hay días que habría que poder embotellarlos, para poder abrir un poquito la botella en días malos, y volver a vivir aunque fuera un ratito. Días perfectos, en los que todo sale bien, en los que casi todo el mundo se comporta bien y las cosas salen como deben. Días redondos, que empiezan en paz y acaban en gloria.


Días como hoy, en los que pedirle algo más a la vida, sería de una avaricia imperdonable. 

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