Vacaciones capítulo II: La cena de Andorra

Antes de que J se cruzara o cruzase los Pirineos la segunda vez, cometimos la imprudencia de pararnos a medio camino en Foix (ciudad curiosa con nombre de pronunciación aún incierta para nosotros), donde tardamos tres horas en comer (y no por voluntad propia) y vimos dos cosas que nos marcaron:

  • un castillo cátaro (probablemente el único que vimos de verdad, porque tengo un montón de fotos a piedras!"Mira, eso SEGURO que es un castillo cátaro!") y
  • un camarero que abría una botella cogiéndola entre las piernas (que debe ser costumbre de la zona, porque lo hacían todos!).

Después de la experiencia paranormal de Foix, que al final no nos permitió entrar en el castillo si queríamos llegar a una hora razonable a nuestro siguiente destino, nos fuimos a Andorra, a disfrutar de nuestra estupenda oferta en las termas de Caldea y en el hotel de tres estrellas (el mejor del viaje).

El viaje por carretera, estupendo, o todo lo estupendo que puede ser con esas carreteras, mejor dicho; rezando para que no se nos pusiera delante ningún camión, y tarareando las canciones (y cantando las de Amaral a voz en grito), haciendo fotos a tutiplen para q J, que iba concentrado, pudiese verlo después. Y pronunciando en voz alta todos los nombres franceses de la carretera, pensando que en francés suena bien todo! (¿Dónde vives? En Le Boulu. Qué boniiiiitoooo)
Al final llegamos al túnel de entrada en Andorra (Después de constatar que los Pirineos son casi completamente españoles, y yo que pensaba que eran mitad y mitad!), donde pagamos agradecidos (no, agradecidísimos!) el peaje para deshacernos de una caravana que iba delante de nosotros y de catorce o dieciséis kilómetros de curvas de 180º, y entramos en el país de los pueblos en hilera.

Tras cruzar casi todo el país y preguntarle a unos frances flautiperros más perdidos que nosotros, logramos encontrar Escaldes (no será tan complicado, si están todos en hilera, no? Pues sí que es complicado, listillos) y las termas. El hotel no fue tan fácil, pero al final, lo logramos... y nos había tocado la habitación enfrente del ascensor! Yuhu! Menos mal que era solo para una noche, porque si no...

Nos fuimos casi casi corriendo a las termas, y descubrimos que nuestro pase de tres horas se había quedado en dos, porque el domingo cierran a las once, pero bueno. En realidad, a pesar de que no estuvimos todo el tiempo en remojo, nos habría venido muy bien la tercera hora, pero bastante habían hecho con cambiarnos la reserva, que cuando la hicimos, era impepinable la fecha y la hora.

Las termas, una pasada, la piscina de fuera, los jacuzzi y las vistas desde el valle (aunque con los panoramas llenos de grúas, lo que han construido y están contruyendo en Andorra!!). Dentro hacen juegos de sonido y luces que debe estar muy bien; y vimos cosas de otros mundos, como las camas de ingravides. Después alguien me contó que son recipientes llenos de agua muy salada donde flotas aunque no quieras (tipo Obélix en el Mar Muerto!) y te proyectan luces y cosas pichicodélicas en el techo... (sale en un capítulo de los Simpson, ya que vamos a eso). Debe estar bien, la verdad, pero yo me conformo con chapotear en el agua a 36 grados y tratar de nadar contracorriente en la piscina circular.

Después del prolongado remojón, nos fuimos al hotel, nos duchamos y nos pusimos guapos (más), y salimos dispuestos a cenar algo, con ganas de quemar no la ciudad, sino el país (que es casi lo mismo... ). La mejor cena de mi vida. Qué cena la de Andorra... qué cena para el recuerdo!!! Después de estar como hora y media buscando, rebajando cada vez más el nivel requerido al sitio, cuando ya nos hubiéramos conformado con un sitio de mala muerte, como no logramos encontrar nada, acabamos comiéndonos una bolsa de Fritos (petróleo puro) y unas galletas saladas... al final encontramos un bar donde nos sirvieron un par de copas, para acto seguido informarnos de que toda la marcha, estaba concentrada en un pueblo en fiestas, al cual había que llegar por carreteras de montaña (es lo que tienen las montañas, normalmente, todas las carreteras son de montaña). Con desencanto, pero consolándonos pensandoq ue al fin y al cabo era domingo night, nos fuimos a dormir.

A la mañana siguiente, nos bajamos dispuestos a disfrutar del buffet del desayuno 8con croquetas!), que resultó ser conflictivo, porque la gente se cuela en cualquier sitio. Debían tener mucha hambre. El caso, es que para evitar la rebelión en la granja, acabaron poniendo más mesas y logramos desayunar en un tiempo razonable. Después, visto que estábamos en un lugar organizado alrededor de las tiendas, nos dimos el correspondiente paseo, y consumimos un poco (moderadamente). Miles de cedeses y deuvedeses sin cánon (que le den a la SGAE!) y un estupendo MP3 para ponerle banda sonora a mi vida, porque, seamos sinceros, aunque tarareo mucho, me invento la letra de las canciones, y canto bastante mal.. (espero que con el MP3 la cosa se solucione y la gente solo me mire porque voy gesticulando por la calle, no porque atraigo las tormentas).

Para no repetir la experiencia del día anterior y parar en algún lugar indeterminado, comimos en Andorra y nos pusimos en marcha. Al principio, bien, salir del curioso país nos pareció más corto que entrar (me figuro que porque las cuestas, bajando, parecen menos cuestas), pero después, nos metimos en una carretera nacional no importante (eso ponía en el mapa) y entonces SI que se empezó a hacer larrrrrrrrrrrgo.

Tres horas para ciento ochenta kilómetros!!! Y una tensión todo el tiempo... El camino, espectacular, pero qué miedo, las curvas de 180º sin señalizar (para qué?) a veces, a cuarenta por la carretera... J tenso en el volante, y yo haciendo fotos de nuevo... de desfiladeros, de montañas imposibles... joder con las estribaciones de los Pirineos.... unas montañas que le hacen a uno sentirse pequeñito. Y yo me pregunto, en qué cabeza cabía venirse con un ejército desde nosédonde a pasarlas? Pero es que hay que tener fijación con el mal ajeno para hacer eso, leñe.

Después de un camino que se hizo eterno, llegamos a nuestra siguiente etapa, que resultaría ser la más bonita del viaje.

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