Preguntas molestas, respuestas felices


No es que me sienta más apreciada desde el día que entré en el despacho de mi jefe y le dije que me iba... (y se lo dije de verdad, sin acritud, porque me han ofrecido mejor trabajo, no porque esté cansada y me haya liado la manta a la cabeza). Pero es raro que todos los días al menos una persona te diga: no te vayas, no?
Igual en algún momento digo: venga, vale. No me voy. Me quedo aquí.
Es extraño saber que eso no va a pasar. Creo que llevaba mucho tiempo sin vivir dos años en el mismo lugar.
Y mientras, los de la obra de enfrente se empeñan en aclimatarme al desierto levantando polvo sin cesar.

Pero en otro orden de cosas, para variar, no era esto de lo que quería escribir. De lo que quería escribir es de cómo cada uno lidia con la incertidumbre del mundo. Hay una manía que me llama la atención en especial, y es la de quien se dedica a clasificar todo.
Poner todo en cajitas conocidas da mucha seguridad, porque claro, las cosas se comportan como aquellas otras cosas a las que se parecen, y por eso están en la misma clasificación. Hasta que algo sale mal, las cajitas se van al cuerno, y lo único que queda es un montón de cartón roto y sucio. 
No me gusta meter las cosas en cajitas, y tengo una positiva tendencia al nerviosismo cuando alguien se empeña en clasificar mi vida o lo que ella contiene. Por ejemplo: ¿estás enamorada? y a una respuesta confusa: ¿tienes miedo de decirlo en voz alta? a lo cual sigue una respuesta confusa y enojada. 
Creo que tengo cosas que añadir a mi lista de "cosas que no me gustan".
Y curiosamente, esta vez, tengo razones:
- no me gusta clasificar lo inclasificable porque sale mal casi siempre.
- no ahorra tiempo. 
- no responde preguntas, sólo genera más.

Hace mucho que renuncié a tener hitos que cumplir en mi vida: no existe un manual lleno de pasos: 1. comprar un coche, 2. comprar una casa, 3. casarse, y para ello, toda una serie de pasos intermedios. No hay una forma de pasarla bien o mal, no hay un montón de cosas que cumplir como si fuese una gimkana. La vida sólo hay que tratar de vivirla bien, dignamente, consecuentemente... Si después un día se acaba de repente, no te dan un premio de consolación ni la compensación por haber llegado donde has llegado. 

Así, las cosas merece la pena disfrutarlas cuando y como vengan, ¿no? Sin preocuparse más que lo necesario para hacer que funcionen. 

Y así, sin querer, y de una forma un tanto desagradable, respondí a la pregunta del millón. A veces, incluso las preguntas molestas sirven para algo. 

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